El puñal por la espalda


La historia se quebró en dos y dejó al desnudo una triste realidad de la cual no podemos escapar; el camino hacia la paz se convirtió en un laberinto que hasta el día de hoy esconde su salida.

El pueblo judío corporizó ese día, en ese momento, el fanatismo llevado al extremo, la justificación de los medios para llegar al fin. Este fanatismo que se fue gestando que no reconoce fronteras ajenas ni propias; que no es una cualidad de tal o cual pueblo o credo, que tristemente es una enfermedad que aqueja a la humanidad que cual epidemia se viene incrementando en forma exponencial convirtiéndose en una significativa dolencia del fin de siglo pasado y de comienzos de este.

Ese fanatismo que enceguece a algunos al extremo de matar y morir, poniendo un velo sobre los ojos y cerrando mentes; en ese lugar, ese día a esa hora triunfó una vez más y tristemente lo sigue haciendo hasta el día de hoy una y otra vez.

Estos grupos oscurantistas con funden lo constructivo de lo destructivo, lo humano de lo animal. Justifican los más perversos y despiadados actos, encuentran fuentes y fundamentos para todo incluso licencia para matar o morir.

La idea asesina no se gestó de un día para otro, ni surgió en forma espontánea. Existieron muchos que en forma casi obsesiva se empeñaban en negar que algo así podría darse dentro del seno de la democrática sociedad israelí.

Se subestimó y no se le dio la debida importancia dentro del pueblo judío e incluso dentro de la sociedad israelí a la existencia de facciones desenfrenadas que podrían acudir a la violencia como instrumento de presión y viraje de la próspera época que se estaba viviendo por aquellos días en Israel. La visión miope de algunos y la inacción por parte de otros impedía denotar con claridad tamaño peligro que se venía gestando.

El magnicidio no podía ser pensado en términos judíos o israelíes, sólo podía provenir del fanatismo islámico, este era el supuesto para la mayoría de los ciudadanos israelíes.

Nos cuidábamos de aquel que considerábamos el único enemigo fanático que teníamos enfrente, pero no nos dimos cuenta que teníamos otro tras la espalda. Tristemente esa negación y pasividad dejaron que los días sigan su curso sin tomar posición alguna al respecto, muchos
lo callaron y muchos otros fomentaron el incremento del desprestigio y la violencia sin límites dentro de nuestro propio pueblo. No fue así con la gente que salió aquel día a la plaza a alzar su voz de apoyo a la paz en aquella plaza central de la ciudad de Tel Aviv.

En los últimos tiempos, en la Israel anterior a aquel trágico día, se enrareció el clima político, se propició un caldo de cultivo para los fanáticos que no conocen límites los violaran, se allanó el terreno para que desfilaran los asesinos de la vida, el amor y la convivencia. Se los invitó sutilmente a acentuar su odio y desprecio por todo y por todos, cabe aclarar que eso no es ni patriotismo ni nacionalismo.

Las campañas de desprestigio crecían cual bola de nieve que viene descendiendo de la montaña sin posibilidades de ser detenida.

Llegaron no sólo a acusarlo de traidor y vende patria sino que lo llegaron a vestir como un genocida de régimen nazi ultrajando así la investidura del premier israelí de la manera más inhumana e insensible frente al mundo, la sociedad Israelí, a la Shoá y a sus víctimas.

La repetición del mensaje que blasfemaba al primer mandatario penetró muy hondo en algunos sectores e individuos que ni siquiera dudaron en cual era la dirección del camino a seguir. Hay un traidor dentro nuestro, hay que aniquilarlo, simple lógica para ellos o mejor dicho cobarde acusación y trágico desenlace para todos.

Unos hablaron, pero otros callaron. No sólo por la paz hay manifestarse y hay que luchar y alzar la voz, sino también hay que luchar en contra de estos desquiciados que fueron capaces de mancharse con la sangre de otro hermano sin remordimiento alguno y lograron profanar el proceso de paz. La bandera de la paz no se puede levantar mientras existan este tipo de personas que no pueden expresarse dentro de los cánones democráticos. Estos grupos jugaban y probaban los límites benéficos de la libertad de expresión y de la democracia israelí por medio de la difusión de afiches vergonzosos, la distribución de panfletos tendenciosos, la pronunciación de alocuciones fanatizadas y la reiteración de slogans peligrosos.

Tres tiros disparados por un asesino judío y activista de la extrema derecha que no estaba sólo ni respondía a una locura personal, sino que sabía bien lo que hacía y a quienes representaba, segaron la vida del Primer Ministro Israelí Itzjak Rabin (Z"L). Estos hechos se desarrollaron durante una manifestación de vida, de amor y esperanza en la cual se cantaron canciones a la paz. El mismo Rabin (Z"L) entonó aquellas melodías en la plaza.

Se repitió la historia narrada en el Génesis (capitulo 4 versículos 9 -10) : “Y el Señor dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano?. Y él respondió: No sé; ¿soy yo guardián de mi hermano?. Y él le dijo: ¿Qué has hecho?. La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde lo profundo la tierra.

Cain reapareció aquel cuatro de noviembre de mil novecientos noventa y cinco, veintiuna y treinta horas en Kikar Hamelajim (Plaza de los Reyes), Tel Aviv, Israel.

Nadie suponía que aquellas canciones que se escucharon, más tarde se convertirían en himnos que marcarían a esa y otras generaciones. En esa noche negra se abrió una herida que no deja de sangrar, las lágrimas, el dolor y el llanto no cesan aún hoy.

Descanza en paz Itzjak Rabin (Z"L) que nosotros seguiremos cantando por tí "Tnu la shemesh laalot, dejen salir al sol" para que él pueda iluminar nuestras oscuras vidas entristecidas por tú desaparición física, levantaremos nuestros ojos a su resplandor y nos inspiraremos en su brillo majestuoso para poder encontrar en estos momentos difíciles el consuelo necesario y la fortaleza para ponernos nuevamente de pie y definitivamente seguir transitando por las sendas de la paz, el amor y la coexistencia tal cual nos enseñaste para poder salir de este terrible laberinto que nos nos conduce a ninguna parte.

Esta vez tristemente el puñal vino por la espalda.

Enrique M. Grinberg
Noviembre 1996