Slijot


El mes de Elul que precede a los Iamim Noraim, ha sido definido como un período de intenso examen de conciencia y preparativos para los “Días Solemnes”, periodo comprendido entre Rosh Hashaná y Iom Kipur.

Las plegarias de Slijot que hoy realizamos son súplicas a Di-s para que nos perdone por nuestro pecados y son a la vez promesas de enmienda.

Ellas colaboran en despertar nuestra conciencia judía, en preparamos para recibir los próximos Iamim Noraim, y en dirigir nuestros pensamientos hacia un propósito y un fin más elevado de vida.

El verbo Slaj, que significa perdonar, aparece muchas veces en la Biblia en conexión con oraciones de perdón, Moisés pidió a Di-s que perdonara a la nación por el pecado de maledicencia de los espías, diciendo: Slaj Na Laavon Haam Haze. Oraciones similares pidiendo perdón fueron vertidas por Iermiya, Ieshaya, Amos y otros. Parece que el término Slijot proviene del Libro de Daniel, al exclamar Daniel en su plegaria en Babilonia, La Adon-i Elokeinu Harajamim Ve Haslijot, "Al Señor nuestro Di-s pertenecen la compasión y el perdón", Todas estas citas demuestran la enorme importancia que algunas de las más grandes figuras bíblicas han adjudicado a la plegaria de Slijá.

Cuando nuestras oraciones fueron definitivamente fijadas por los hombres de la Magna Asamblea y ellos redactaron el Shemoné Esré, incluyeron en ella una oración de Slijá: Selaj Lanu Avinu Ki Jatanu Mejal Lanu Malkeinu Ki Passhanu, "Perdónanos, oh Padre Nuestro porque hemos pecado; discúlpanos, oh Nuestro Rey, porque hemos transgredido".

Respecto al origen de las Slijot, el Midrash tiene la siguiente historia ilustrativa: El Rey David estaba profundamente preocupado de cómo Israel podría una y otra vez obtener el perdón del cielo por sus repetidas faltas. Y es así que el Santísimo, Alabado Sea, le dijo: "Toda vez que Israel se sienta afligido por sus pecados, que vengan ante Mí unidos en la oración, que confiesen sus faltas y pronuncien la oración expiativa especial, las Slijot, y Yo los perdonaré".

Rabi Iojanán comenta en el Talmud que esto fue revelado en los Trece Atributos de la Misericordia Divina, que son las frases dominantes de la Slijot y en todas las oraciones de arrepentimiento: (1) El Señor, (2) El Señor, (3) D-s, (4) Misericordioso (5) y clemente, (6) lento en ira y (7) abundante en benevolencia, (8) y Verídico; (9) que provee con benevolencia hasta la milésima generación, (10) que perdona la iniquidad, (11) la trasgresión, (12) Y el pecado, (13) limpiando a los que se arrepienten...

Estas características Divinas fueron proclamadas a Moisés - y como Rabi Iojanán figurativamente lo expone, -"El Santísimo, Alabado Sea, cubrió con el Talit, tal fuera el Lector de una congregación y le mostró a Moshe el Seder Ha Slijot ", el orden de las Oraciones del Perdón. El le dijo: Toda vez que Israel peque, que pronuncien estas plegarias ante Mí y Yo los perdonaré".

Comenzamos a leer las Slijot el domingo anterior a Rosh Hashaná. Si, no obstante, la Festividad cae en lunes o martes, comenzamos a decir Slijot el domingo de la semana precedente. Como estas oraciones deben ser pronunciadas por la mañana temprano, ha surgido la costumbre en muchas congregaciones, de leer la primera Slijot el sábado por la noche Los Sefaradim comienzan a decirlas ello de Elul y continúan mañana y noche durante todo el mes.

La chomba decente


Tengo una chomba de manga corta en el ropero, y un nuevo cumpleaños el próximo 20 de agosto, cinco días después de la desconexión israelí de Gaza. Para serles sinceros, tengo más de una chomba de manga corta, pero la naranja es la única que no tiene manchas y está en condiciones de ser usada en eventos tales como la firma de ejemplares en una librería, la asistencia un magazín televisivo o, incluso, en el bar-mitzvá de algún primo.

“La chomba decente”. Así la llama mi mamá para distinguirla del resto de mis chombas –en mal estado, raídas, impresentables- parapetadas en el armario. Pero en tiempos como los que corren, tiempos de amargos conflictos y confusiones aquí, en Israel, cuando los colonos y sus seguidores se han apropiado ya del color naranja y lo han tomado para sí como símbolo de la férrea resistencia contra la retirada –blandiendo cintas y calcomanías naranjas frente a automovilistas y transeúntes-, hasta una simple chomba, común y corriente, implica, al parecer, una toma de posición.

El miércoles último, de regreso de una lectura en una librería de Tel-Aviv, me vi abordado por un muchacho gordo, barbudo, que llevaba puesta una kipá color naranja. Me estrechó en un dulce, efusivo abrazo, y me dijo: “Hacé una mitzvá, hermano, ayudanos a repartir las calcomanías”. Entre sus manos regordetas aferraba un puñado de calcomanías con la frase: “Un judío no desaloja a otro judío”.

Porque soy poco afecto a las efusiones de desconocidos, y porque además creo que, de vez en cuando, cuando se pasan de la raya, los judíos de veras necesitan ser desalojados por otros judíos –al menos ser encaminados, a los codazos, en la dirección correcta-, la propuesta me pareció algo desconcertante.

“Disculpe, no puedo ayudarlo”, le confesé a mi sonriente rival político. Como muestra de coraje cívico, agregué: “mi mujer me espera en casa”. “Hermano”, siguió hablando el gordito, empapado de sudor, “querido hermano naranja, dale una mano a este judío. Después de todo, es un deber sagrado”. “Es que ella no se siente bien”, insistí con tono gallardo. “Además, está embarazada. El doctor me ordenó que no la dejara sola mucho tiempo”. “Ella no está sola”, dijo el gordito guiñándome un ojo, “el Todopoderoso está con ella y te envió hacía mí, directo desde el Cielo. Tomá, agarrá unos stickers”.

Antes de que pudiera aclarar mis concepciones agnósticas y sus implicancias ontológicas respecto al supuesto grado de soledad de mi esposa, en compañía del Creador, un grueso manojo de calcomanías aterrizó en el bolsillo de mi chomba naranja. “Vos repartí en la calle Arlozorov”, me ordenó el barbudo, “yo me encargo de Ibn Gvirol. Que D’os nos ayude”. Sonreí de manera forzada, asentí y salí volando de aquel lugar. Una vez en casa, mi inquisitiva mujer mostró un particular interés por aquellas calcomanías que asomaban desde el bolsillo de mi chomba. Cuando intenté explicarle, me conminó a desprenderme cuanto antes de aquella remera.

“Pero no puedo hacerlo”, me defendí. “No puedo tirar esta chomba, es la única buena que tengo”. “Tenés otras remeras”, insistió, “podés usar la negra que tenés”. “Me queda mucho mejor la naranja”, argüí. “Además, la negra tiene una mancha de tjina. “Entonces vas a usar una remera manchada, gruñó mi mujer, “estamos ante una situación de vida o muerte”.

El verdulero árabe estaba de mi lado. “¿Para qué tirarla?”, preguntó. “¿Cuál es el problema que sea naranja? ¿Acaso, debido a este plan de desconexión, se supone que yo debo dejar de vender zanahorias? ¡No es más que un color estúpido! Un color que estaba aquí antes que nosotros y que seguirá existiendo cuando ya no estemos. A mí nadie me va indicar qué color simboliza qué cosa”.

Envalentonado por las palabras del verdulero, y por la media sandía que acababa de comprar, enfilé para casa con la frente bien alta. Pero poco antes de llegar a la senda peatonal, un joven, de rostro pálido, con un cigarrillo entre los labios y una taza de café, de plástico, entre las mano, me reconoció y me espetó. “¿Y vos te considerás un intelectual? ¿Un escritor?” Señalaba el bolsillo de mi chomba, detrás del cual, se suponía, debía de latir mi corazoncito naranja. “Sos un colono ocupante, eso es lo que sos”. “No, no lo soy”, repliqué. “La compré de oferta, a 64 shekels, el verano pasado, mucho antes de que se empezara a hablarse de desconexión. Entonces la gente aún veía el naranja como un color sensual y juvenil, sin ninguna implicancia política”. “Andá a contarle ese cuento a otro, vos sos uno de esos pelotudos fascistas de derecha”, dijo el cara pálida, derramando sobre mí toda clase de insultos y media taza de café. “Ayer te vi en la calle Arlozorov con esas calcomanías en el bolsillo".

Mi esposa asegura que no hay lavado capaz de borrar las manchas de café. Aunque no le creo del todo, decidí no consultar una segunda opinión y tirar la chomba a la basura. Estamos atravesando tiempos difíciles e imagino que no es el momento indicado para usar chombas decentes. De esta manera, sin haber recibido cobertura de los medios ni llamados de condolencia, me convertí en la primera víctima del plan de desconexión. Apenas una víctima de la moda, es verdad, pero una víctima al fin. Cuando lleguen el tiempo de las próximas ofertas de liquidaciones, ya me juramenté ir por el amarillo patito, el verde esperanza, el marrón caca, o cualquier otro color lo suficientemente repulsivo como para que a ningún movimiento político se le ocurra ocuparlo y reclamarlo para sí. Ni ahora ni nunca.

Cuento sobre un chofer que quiso ser Dios


Esta es la historia de un chofer de colectivos que nunca quiso abrir la puerta de su vehículo a pasajeros retrasados. A nadie. Ni a alumnos de la secundaria, que solían correr tras el micro y gritarle con ojos llameantes. Ni a algunas nerviosas personas, envueltas en impermeables bajo la lluvia, que golpeaban los vidrios de la puerta, porque sostenían que la culpa del atraso no era de ellos, sino seguramente del chofer. Decían que éste había salido de la terminal unos minutos antes de su turno. No les abría la puerta incluso a viejitas que llegaban ante el colectivo cargadas con paquetes, que le rogaban con sus manos unidas en plegaria y petición para que les parara y las dejara subir. No les paraba no por ser un malvado, ni por tener un hueso atravesado en su garganta.

Era una cuestión de ideología.

Calculaba que si le paraba treinta segundos a cada uno, y digamos que contaba unos sesenta pasajeros por vuelta, que no se atrasaban, esto le daba derecho a no abrirles la puerta.
Sabía que la mayoría de los retrasados pensarían que era un hijo de perra, un descastado.
La persona que mas sufría gracias al chofer era Edi.

Pero este era distinto de todos los otros. Nunca corrió detrás de un colectivo. Tan haragán y despreocupado era.

Trabajaba como asistente del chef en un restaurante. La comida allí era como para desmayarse. Pero Edi era una buena persona. Cuando un plato no le salía muy apetitoso, salía de la cocina y se disculpaba ante los clientes.

Sucedió durante una de estas disculpas que se conoció con una joven, linda y llena de gracia. Ella se esforzó en deglutir el espantoso plato que Edi había cocinado.

Cuando él le pidió su dirección o su número telefónico, ella se negó. Pero no tanto como para no aceptar su invitación a encontrarse al día siguiente en el delfinario cercano.

Edi tenía una debilidad, se atrasaba siempre diez minutos, y no había despertador que lo ayudara. Decidió entonces no dormirse una siestita, como solía hacer después del trabajo del mediodía, y se quedó mirando televisión. Así se quedó profundamente dormido, sentado, como un asesinado. Despertó pero ya habían pasado diez minutos de la hora fijada. Salió corriendo de su casa y corrió detrás del colectivo. Nadie se interpondría entre él y su nueva enamorada, salvo el chofer, quien recién había empezado a mover su colectivo. Vio a Edi por el espejo lateral, pero era un hombre de fuerte ideología. A Edi su ideología le importaba como la nieve disuelta del año anterior. Solo quería llegar en hora a su cita. Pero el chofer no se detuvo.

La suerte de Edi se dio vuelta de pronto, aunque no del todo. A 100 metros de la parada de colectivos colgaba un semáforo, que se puso en luz roja cuando el chofer iba llegando allí. Mas muerto que vivo Edi llegó hasta el colectivo, y se paró junto a sus puertas. Luego se arrodilló y miró al chofer con ojos húmedos y empezó a suspirar fuertemente. Esto llevó al chofer a recordar algo de su pasado.

Antes de ser chofer él había deseado ser Dios. Recordó que había decidido que de lograrlo, ser Dios, hubiera sido muy entregado y cordial con sus criaturas. Por eso, al ver a Edi de rodillas ante el colectivo, olvidó su ideología y abrió la puerta.

Este hubiera sido el mejor momento donde interrumpir esta historia, porque la joven, a pesar de la temprana asistencia de Edi, no había llegado, ni nunca llegaría.

Ella ya salía con otro.

Y qué? Era muy leal, y no pudo contárselo a Edi en el primer momento.

Edi la esperó casi dos hora exactas. Y mientras la esperó sentado en un banco lo abordaron ideas muy tristes. Ideas sobre la vida y sus límites, y mientras miraba la puesta del sol pensaba en cuánto le dolerían luego los huesos, después del esfuerzo que había hecho corriendo detrás del colectivo.

En camino hacia su casa, volvió a encontrarse con el chofer y su colectivo. Pero esta vez sabía que no tendría ya fuerzas para perseguirlo. Iba caminando y sintiendo que no podría alcanzar al colectivo. Sentía dolor en cada célula de sus músculos y no tendría ya fuerzas para correrlo. Caminó lentamente hacia la parada mas cercana, vio que el chofer lo estaba esperando. A pesar que los pasajeros le reclamaban que empezara el viaje, que le gritaran y patalearan, para obligarlo a partir, el chofer esperaba, lo esperaba a Edi.

Cuando el colectivo por fin arrancó, el chofer miró a Edi por el espejito que tenía en un rincón, y le brindó un gesto, era una sonrisa, casi una mueca, pero que ayudó a Edi a superar el difícil momento vivido.

Juventud y comunidad: Los ausentes con y sin aviso


Intentaré presentar algunas ideas sobre los motivos por los qué los jóvenes[1] no logran encontrar en la comunidad un marco apropiado de participación y/o pertenencia, concordante con que las comunidades tampoco hallan mecanismos apropiados para la contención de los mismos.

Sin duda la edad de referencia es la más dispersa, y por ende la más difícil de llegar a los grupos que participan en los marcos comunitarios.

Tanto a niños y adolescentes los podemos encontrar en los colegios primarios, secundarios judíos y otros espacios de educación no formal. A los adultos y mayores los encontramos en las distintas comunidades, templos e instituciones socio-deportivas.
¿Dónde están los jóvenes? He aquí la primer dificultad, el no poder encontrar de manera fácil, eficaz y masiva a los jóvenes de esta edad.

En la comunidad no existe ninguna base de datos centralizada que contenga la información mínima de los jóvenes universitarios por más que estos hayan pasado por diversas instancias en las entidades comunitarias. Los datos no se conservan, no se centralizan y no se actualizan, por lo cual es muy difícil lograr una comunicación o contacto con ellos.
La inexistencia de una base de datos impide conocer algunos indicadores básicos referentes a esta población como por ejemplo: área de estudio, interés y otros como para poder concretar propuestas y una convocatoria más eficaz con información más precisa dependiendo de cada perfil.

Las comunidades expresan gran preocupación por el tema pero al ver las inversiones de recursos humanos y económicos para el desarrollo del área joven podemos entender el porque de tan magros resultados de propuestas y participación juvenil. Sería injusto no reconocer aquí el esfuerzo que algunas instituciones realizan en tal sentido pero igualmente no son suficientes ni proporcionadas al número y tipo de población en relación a otras franjas etáreas de nuestra comunidad.

En muchas oportunidades se da también que los mayores son los que diseñan los espacios para jóvenes. Los adultos de la comunidad tienen un “joven imaginario e idealizado” que no existe. Cada vez que el joven a través de su actitud “no responde” al imaginario del adulto; el adulto se frustra y se enoja con él. De ahí que el adulto abandona su interés por “ocuparse” del joven y pasa a “preocuparse” por él.

Otras veces se trabaja con los jóvenes con los mismos modelos de cuando eran adolescentes: es un error porque hay que desarrollar modelos de trabajo apropiados para cada edad, y en esta edad especial tomar en cuenta que no con un solo modelo o proyecto se pueden abarcar los diversos intereses de estos jóvenes, por lo cual la propuesta tendrá que ser múltiple y variada.
En el interior del país generar una propuesta de actividades de estas características trae dificultades extras ya que allí la situación se complica por ser la masa critica es pobre y la gran mayoría comparten los mismos espacios y están saturados del contacto permanente.

Otra de las falencias a destacar es la escasa o casi nula existencia de profesionales formados o capacitados para armar, desarrollar y sostener proyectos específicos para esta edad como así también la ausencia de material teórico o trabajos de investigación serios sobre la edad para ser considerados. La comunidad y los espacios de formación comunitaria no han propuesto estos espacios salvo honrosas y puntuales excepciones. Por lo cual el área de jóvenes es manejada de manera intuitiva y basándose en experiencias de éxito y fracaso, con escasa planificación a corto, mediano y largo plazo. Además se carece por parte de las comunidades de una política clara en lo que se refiere a estas edades.

Sobre el compromiso con la institución. Aquí aparece el conflicto entre la modernidad y la pos-modernidad. Las instituciones por un lado desean que los jóvenes este cien por ciento comprometidos e identificados con la institución, esto significa estar y participar siempre. Hay jóvenes que podrán cumplir con esas expectativas pero otros que no, otros están dispuestos a comprometerse en menores porcentajes. Estos últimos no encuentran manera de insertarse ya que en las comunidades se piensa la participación a todo o nada[2].

La comunidad no ha sabido encontrar un eje aglutinante y movilizador de la juventud y no ha generado políticas ni estrategias para ello, más allá de que el contexto pos-moderno no ayude a ello. En otras épocas fue el sionismo en donde las Tnuot y las Jativot Universitarias florecían a lo largo y ancho del país, la Aliá a los Kibutzim como consecuencia de aquel proceso, el activismo y la militancia política en los ´70 dentro y fuera de la comunidad, la participación comunitaria religiosa signada en el marco del movimiento conservador con gran auge en los ´80 y el crecimiento de la actividad socio-deportiva en ´90 a modo de ejemplo.

En muchos casos también se dan impedimentos económicos para la participación porque existen cuotas o pagos que hay que realizar para acceder a cierto tipo de actividades, no contando gran parte de los jóvenes, aun con la independencia económica de sus padres y dándoles pudor pedir dinero extra para cubrir dichos costos u otros.

Sobre el sistema educativo comunitario también caben algunas observaciones. Luego de atravesar el proceso educativo comunitario tanto formal como no formal, en muchos casos más de doce años los jóvenes no salen concientizados acerca de la importancia de la vida en comunidad, de la importancia del involucramiento y de la participación personal y a los dieciocho años se alejan del marco comunitario. Además muchos de los contenidos aprendidos en ese proceso les son inútiles u obsoletos como para poder sostener una identidad judía adulta ya que en su memoria la mayoría de los conocimientos remiten a relatos infantiles o a temáticas abordadas de manera incompleta y poco profundas. Un factor determinante es la reducción de horas de estudio judaico en la currícula escolar y al reemplazo de estas horas por otras materias alejadas de lo judaico. Asimismo también podemos inferir que la falta de capacitación docente y la poca preparación para enfrentar a un adolescente hoy en día deja también sus marcas negativas. Parte de esta situación se motiva por diversos factores que no se analizarán por no ser tema del presente articulo entre ellos des-jerarquización del docente del área judaica y la falta de estímulos.

Quedará para otra oportunidad realizar un abordaje del tema desde la perspectiva y el imaginario que el joven tiene de las comunidades y de sus propuestas. Como decían nuestros sabios en Pirkei Avot[3]: “no estamos obligados a terminar la tarea, pero tampoco estamos eximidos de comenzarla”. Espero que estas líneas ayuden a la compresión de la problemática e inspiren algunas reflexiones a fin de poder concretar una acción de cambio para el trabajo en el área de juventud.

Enrique M. Grinberg

[1] En todo el artículo donde se menciona la palabra joven o jóvenes se refiere a la edad de 18 a 30 años.
[2] En estos últimos tiempos han aparecido diferentes propuestas que demandan compromisos más acotados y temporales que comienzan a marcar una nueva tendencia en el área.
[3] Tratado de principios

La ausencia de lo obvio


Cierto día lo obvio se sintió más obvio que de costumbre.

Fue en ese momento que decidió no verse tan obvio, y se dispuso a probar la ausencia para dejar de sentirse tan obvio frente a los ojos de todos.

Quería saber si para la gente la ausencia de lo obvio modificaba en algo sus vidas.

Dudo al principio de si era correcta su decisión; temió que nadie se diera cuenta de su ausencia, por lo cual temía ser confundido con innecesario.

El era obvio que no significa innecesario; pero no estaba seguro que los demás comprendieran la diferencia.

Temió que lo olvidaran, ya que de hecho muy pocos lo recordaban.

Ocurrió lo que temía: que por ser simplemente obvio lo olvidaron, ya que siempre había cosas más importantes que lo obvio como para tenerlo en cuenta.

Dolido por sentirse innecesario y olvidado, lo obvio decidió cambiar de estrategia y resolvió corporizarse en naturaleza, para ver si por ese medio alguien se acordaría de lo obvio.

Se convirtió en sol y lo hizo desaparecer.

Era tan obvio que el sol saliera todos los días, que nadie se preocupó pensando que ese era un día nublado. Pero el sol nunca mas apareció.

Se trocó en luna y la hizo desaparecer.

Era tan obvio que la luna iluminara el cielo, que algunos pensaron que esa noche había luna nueva. Pero la luna nunca más se asomo.

Entonces decidió tornarse en oxigeno y lo hizo desaparecer.

Era tan obvio encontrar el oxigeno en la atmósfera que nadie se preocupo por su posible ausencia. Y ocurrió lo obvio: ningún ser viviente respiro.

Enrique M. Grinberg

Oda al fruto del amor (por venir) de mis amigos Shira Geffen y Etgar Keret


Afortunados serán los hijos cuya sangre se ha fraguado en el desafió (Etgar) y en la poesía (Shira).

Sus pequeños oídos escucharan maravillosos cuentos únicos que aquellos que le han dado la vida podrán imaginar, dibujar y contar.

Con dulzura especial paternal los narrarán, con maternal histrionismo los personificaran.

Conocerán antes que cualquier otro niño cuentos fantásticos, con moraleja, fábulas, y profundas reflexiones sobre el bien y el mal.

De sus padres aprenderán el amor por el otro, el compartir, el ser solidarios, la creatividad. Aprenderán también a comer verduras y a disfrutar de una tarde de sol y todo aquello que los hará personas de bien.

De sus abuelos escucharán historias lejanas y sentidas de un pueblo que sufrió el dolor pero que pese a la adversidad antepuso el esfuerzo por continuar con la vida de la manera más digna posible, con un nombre y con un apellido que nada ni nadie podrá borrar.

Ellos con tierna mirada y caricia profunda los habrán de mimar y admirar.

De ellos aprenderán el concepto de amor, memoria y desafío.

Otros abuelos les cantarán muchas canciones para las cuales unieron muchas letras que encontraron en una sopa, les leerán poesías llenas de vida, les recitarán monólogos con alta crítica política e inteligencia y con mucho compromiso hacia la sociedad.

De ellos aprenderán el valor de la palabra, de decir, de escuchar, de entregar y de entregarse.

De sus tíos aprenderán la diversidad y mucho más.

Primos como estrellas en el cielo por una parte tendrán, como dice la torá de ella la fe aprenderán.

Por otro lado conocerán el verde de la esperanza en la lucha por un ideal y la justicia social.

El Che Guevara, oriundo de mis latitudes dijo: Podrán cortar todas las flores pero no podrán terminar con la primavera.

Del otro tío aprenderán a cantar, a encender la luz de la luna para que brille la paz y nunca cese esa canción a la esperanza en pos de un futuro mejor como el que antes que nazcan ya se merecen.

Por ultimo de todos ellos aprenderán lo que he escrito y mucho más, el amor sincero de la familia y por supuesto el valor de la amistad.

Con afecto.

Enrique M. Grinberg
24 de Enero de 2005