Mi primera cita


Cuando llegué a la puerta me encontré con mi primer dilema importante:
Había que tocar el timbre, el momento de anunciarse, presionar aquí y romper el silencio allí.

¿Cómo hacerlo?, ¿cuál era la manera pertinente?, ¿un toque largo y esperar? ¿dos toques cortos? ¿uno largo y uno corto o viceversa?.

Sin lugar a dudas la decisión de como tocar o no tocar las cosas era trascendente. El arribo de mi dedo índice al pulsador del portero eléctrico, era inminente, comenzaba a ponerme en tensión. Medir la velocidad, recordar la formula de la fuerza, velocidad y presión aprendida en física en el colegio secundario. En ese preciso instante descubrí para que había que estudiarla, nunca antes la aplique ni pensé en ellas hasta ese preciso momento.

Si tocaba un timbre largo sería interpretado como impaciencia; nunca pensaría que yo podría pensar que no me escuchaba. A veces tenia dificultades en escucharme, eso es lo que creo, y otras tantas también parezco no escuchar, y a veces hasta me hago el que no escucho.

Si tocaba dos cortitos peor aun, la impaciencia, la insistencia, la necesidad de ratificar el acto. El primero y repetirlo por las dudas que hubiera salido mal, muy obsesivo ¿no?.

Las preguntas daban vueltas en mi cabeza ¿Cuánto esperar para repetir la serie de toques o cambiarla con nuevos e ingeniosos ritmos?, ¿vendrá a abrir?, ¿estará o se habrá olvidado de mi?. Poca autoestima.

El tiempo parecía detenerse, el minutero andaba a tropezones, el segundero parecía adormecer su paso, y las agujas todas aparentaban clavarse hasta detenerse. A veces aparento ser un poco antiguo, apegado al pasado; aunque esta fue una de esas oportunidades que no me arrepiento de ello ya que me sentí afortunado de tener un reloj analógico, ya que hubiese sido más difícil explicar aquello que sentía con un reloj digital.

Mientras la espera se asemejaba a la eternidad imaginaba sus pasos acercándose a la puerta de entrada para abrirla, ver su primera mirada sobre mi, como me paraba y como me vestía, ¿estaría analizándome desde se momento?, ¿sacando una radiografía exterior e interior mía?.

En el recorrido seguía la caminata por el pasillo angosto y oscuro hasta el departamento, seguía sumido en el reino de la duda ¿quién debía marcar el paso? No debo ir muy lento ni muy rápido, el paso justo y seguro repetía para mis adentros, sin atropellar ni siendo atropellado.

¿El ingreso a la habitación era el fin del pasillo? ¿ o el fin del pasillo era el ingreso a la habitación?, la puerta una entrada o una salida.

Entrar, otro cuestionamiento, otro interrogante, ¿dónde acomodarse? ¿dónde ubicarse?. Por suerte no había muchas opciones, en el diván o en la silla; sólo dos, solo nosotros dos por primera vez.

El diván quizás era más cómodo pero evidenciaba demasiada confianza y mucho relax por ser una primera vez. Podría caerle mal y ese gesto signaría el fracaso en nuestro dialogo y relación.

La silla en una posición rígida era recta y mediaba entre los dos un mueble de madera que ponía distancias tanto para un lado como para el otro un buen límite que oficiaba de muralla. Pero en realidad estaba allí para romper los límites y las barreras. ¿qué dilema, diván o silla, silla o diván?.

Me quedé de pie unos momentos, mirando a la silla y al diván para ver cual me llamaba primero. Ninguno emitió señal, el primer gran complot del mobiliario que me obligaba a tomar una decisión, aquí o allí. No es que sea paranoico pero me podrían haber dado alguna señal como para facilitarme la cosas en ese terrible momento.

Tome aire como para poder emitir una gran frase.

Me decidí y comencé a hablar.

Lo primero que dije es que no estaba de acuerdo en ser el que los demás querían que fuera, sino que quería ser aquel que podía ser como me enseño un sabio amigo.

Porque ser o no ser, esa es la cuestión. Entre el ser que ellos quieren que sea y el que puedo ser o quiero ser, hay un abismo tan grande que termino siendo el que no quiero ser y tampoco el que ellos quieren que sea ¿ves lo terrible que es la situación?.

Ella se quedó congelada, pálida, como asustada, me miró como si estuviese desquiciado, me sentí como un loco en el manicomio, solo me faltaba el chaleco, no pensaba empezar así, no era mi ideal de una primera cita, creo que la asuste.

Enseguida me dijo: -siéntese aquí: la licenciada ya llega, yo no soy la Psicóloga, solo su secretaria.

Enrique M. Grinberg