Esta semana, la luz de la vida iluminó la oscuridad de la muerte


La vida de las personas está marcada por momentos de felicidad y de profunda tristeza. Dado que inevitablemente, estos dos sentimientos antagónicos se mezclan y conviven a diario, los seres humanos, hemos aprendido a lidiar con esta carga y logramos encontrar espacios tanto para el festejo como para el llanto desconsolado.


Sin embargo, muchas veces, convergen en una misma fecha, en un mismo espacio. Algunas, debido a las vicisitudes de la vida y al, a veces, caprichoso destino; como son los accidentes, las tragedias, las que nos obligan a cambiar, repentinamente, de estado de ánimo y hemos conseguido, dolor y duelo mediante, a sobreponernos.


Mientras que otras tantas, somos nosotros quienes decidimos congregar a tales emociones en una misma fecha, con el fin de no dejarnos embriagar por el jolgorio del festejo y no dejar de recordar nuestra condición humana. La cultura judía, está plagada de tales encuentros. El primer hecho de intolerancia que sufrió nuestro pueblo, fue la esclavitud en el Egipto antiguo; el cual se lo recuerda como la fiesta de la libertad. No obstante, el rito, está marcado por el amargo recuerdo de la esclavitud, en donde uno de los principales preceptos de esta “fiesta” es recordar y transmitir a las generaciones venideras, el sufrimiento y el dolor que ha sufrido nuestro pueblo durante su período de esclavitud. Otro ejemplo más actual, hace referencia a la fundación del Estado de Israel. Por siglos el pueblo, que fue condenado a una diáspora milenaria, logra establecerse en la legendaria Palestina y crea un oasis en medio del desierto infértil. Aquel 14 de Mayo, es recordado y festejado por todos los ciudadanos israelíes con fiestas multitudinarias y alegría popular. Pese a esto, fue fijado el día anterior como el día más solemne del naciente Estado, conocido como el “Día del Recuerdo”. En él, se rindo honor a todos los seres humanos que perecieron y que siguen siendo asesinados por el odio injustificable del terrorismo y por el flagelo de la guerra.


Estos son claros ejemplos de cómo nunca debemos olvidar que nuestra felicidad, se debe al sacrificio y al esfuerzo (a veces ofrendando hasta su propia vida) de otros.

Sin embargo, hoy les vengo a relatar uno de tantos hechos, en los que el hombre decide y logra cosechar vida donde otros deciden sembrar muerte. En dónde la voluntad humana rompe el esquema de dolor y angustia y logra desmantelar bombas con las herramientas de la reflexión y la discusión.

El Lunes 17 de Marzo, se conmemoró un nuevo aniversario del primer atentado terrorista en Latinoamérica, el dieciseisavo. Nuevamente, los corazones de los familiares y sobrevivientes, se quiebran en llanto tras la falta de sus seres queridos y el hostigamiento que sufren de parte del resto del resto de la sociedad al mantener este hecho impune; y, debido a la creciente popularidad que tiene le terrorismo fundamentalista, hasta son acusados, las propias víctimas que ya no pueden defenderse, en agresores.

En este panorama, los jóvenes nuevamente intentamos torcer el destino, alivianar la carga que arrastran estas 29 familias. Intentamos acariciar su alma…

El lugar en dónde estaba la embajada, previo a que la intolerancia y la falta de coexistencia se hiciera presente, es hoy en día una plaza seca, un espacio para la memoria. Una plaza, que a diferencia de todas las plazas que conocemos, el pasto, los árboles y la vida en general, no abundan. El color de los árboles, se pierde en el gris polvo, que predomina.

No obstante, esta última semana, esa plaza triste se llenó de vida. Centenares de jóvenes la transitaron reflexionando sobre lo sucedido, el por qué de tantos años de silencio y, reflexionando también, sobre el camino que queremos escoger como guía de nuestros actos. Durante toda esa semana, estuvo expuesta la Muestra de la Coexistencia; en la cual distintas culturas representadas por obras artísticas, se hicieron presentes para iniciarnos en la reflexión de esta difícil tarea de vivir con el otro.


Relata la Biblia el carácter especial del Séptimo Día, el Shabat. Sin embargo, el Shabat pasado, fue especial. Lejos de tener una connotación religiosa, el mismo tuvo una connotación simbólica. Más de cien chicos, rendimos homenaje a las víctimas y elevamos al cielo la bendición más sagrada, el canto a la vida, a la esperanza y a la continuidad.


Y fue así, cómo aquella plaza seca no cesó de irradiar una luz especial, cada debate, cada opinión, cada reflexión fue el mejor argumento contra los que quieren destruirnos, contra los que buscan silenciar nuestras voces con bombas.

Para finalizar aquella semana especial en la cual encontramos momentos para la tristeza y solemnidad para recordar a las víctimas y momentos en dónde la fe y la esperanza trajo consigo felicidad, realizamos un acto de igual características. Solemne en la voz de los interlocutores, donde la lectura de la nómina de víctimas rasgaba nuestro golpeado corazón con cada nombre; pero a su vez expresando la vida de los que queremos la paz y la fuerza de una nación sin fronteras. Esta nación está compuesta por distintos ciudadanos del mundo que a pesar de no tener una constitución, tiene principios fundamentales que exceden a cualquier idioma, cualquier cultura.


En este lenguaje, se expresó el artista Kevin Johansen; en el mismo lenguaje, los más de 500 presentes, respondieron.

Lamentablemente, este lenguaje tan sencillo no es comprendido por todo el mundo; no obstante, es el que elegimos, es el que creemos. Afortunadamente, cada transeúnte, cada espectador o bien cada uno de las personas que participaron en aquella semana, pudieron ver y comprender como la luz de la vida iluminó la oscuridad de la muerte. Para ellos es nuestro trabajo, con ellos buscamos construir.

Diego Ariel Gladstein