Apertura Encuentro de Intelectuales Jóvenes


Buenas noches, Shavua Tov, buena semana.

Ante todo quiero agradecer a la Amia, en especial a los Departamentos de Cultura y de Juventud, por generar esta iniciativa imprescindible que es el Primer Encuentro de Jóvenes Intelectuales Judíos, como así también el permitir que el Departamento de Hagshamá de la Organización Sionista Mundial, al que represento, pueda ser parte integral en esta realización.

La palabra y el pensamiento ocupan un lugar central en nuestro devenir milenario como pueblo. La palabra es creación según nuestras fuentes, la palabra es construcción, la palabra es transmisión y también cambio. La discusión plural y la diversidad fueron, son y serán esenciales para la construcción y el sostenimiento del complejo y rico concepto que es la identidad y la vida judía.

Los judíos en la historia de la humanidad nunca ocuparon un lugar cómodo. Para mí, ser judío y ejercerlo es parte de una revolución cotidiana, es parte de una contracultura sostenida en el tiempo; es parte de un compromiso implícito de sentir, reflexionar, discutir y actuar. El judaísmo es instituyente tiene el gen del cambio permanente en su constitución.

Podemos debatir, discutir y confrontar sobre nuestra identidad judía una y otra vez, pero no podemos ser indiferentes frente a ella. Este Primer Encuentro de Jóvenes Intelectuales Judíos es un ejemplo de esto.

Esta actividad no la hacemos nosotros, solo la propusimos. Los dueños y protagonistas son ustedes, los intelectuales jóvenes que decidieron asumir el compromiso de pensar y repensar, de crear y recrear la vida judía a través del pensamiento, la investigación y la reflexión.

Tenemos que estar orgullosos por toda esta producción humana que hemos recibido como trabajos escritos, que escucharemos en los próximos días y que someteremos a discusión.

Esperemos que este espacio que se inaugura hoy aquí sirva de ejemplo para la comunidad judía y sus dirigentes de que los jóvenes tienen lo que decir y asuman un compromiso real de sumarlos en forma activa al diseño y al quehacer de una comunidad más rica y renovada en ideas y pensamientos.

Por último y no menos importante quiero agradecer a todos y cada uno de quienes hicieron posible la organización de este encuentro.

A Laura Kitzis en especial, quien ha dedicado, con tanto amor y pasión, horas de pensamiento y trabajo para que este encuentro pueda ser.

Nos deseo éxitos y un encuentro productivo y fructífero para todos.

Enrique M. Grinberg
26 de Agosto de 2006

La memoria del sueño, de Iair Rubin


La Memoria del Sueño de Iair Rubin no es sólo un libro, es un recorrido de vida y debe leerse como tal. Es el derrotero de un judío nacido en la Argentina en los años cuarenta, hijo de inmigrantes que realizó un largo camino desde el Río de la Plata hasta la montañosa y mítica Jerusalem, lugar en el que hoy reside.

Es una narración introspectiva. Su propia historia es a la vez una historia de muchos, un relato que identifica a quienes fueron testigos y protagonistas de aquellas épocas de los años cincuenta en adelante.

Un acercamiento a conocer aquellos tiempos especiales, interesantes y efervescentes para quienes no hemos tenido la oportunidad de vivirlos por cuestiones de edad.

La Memoria del Sueño es un espejo que refleja la propia imagen y que refleja también a una emblemática generación que ha acercado el decir y el hacer hasta anular la distancia, una generación coherente y consecuente con la idea, la acción y la realización.

La Memoria del Sueño es una invitación inteligente a recorrer toda una época por medio de diecinueve relatos incluidos en este libro.

No hay una necesaria correlatividad entre los mismos. El libro presenta un recorrido ecléctico, no lineal; sin embargo existe un punto fijo en estos relatos sobre el que se sostiene la trama y ese punto esta al este de nuestra brújula, más precisamente es el Estado de Israel.

Israel en el centro y la idea de la lucha por la justicia e igualdad social, lo han cruzado y marcado durante toda su vida; desde el Ken del Hashomer en Buenos Aires, pasando por su Aliá al Kibutz, hasta la actualidad.

Una historia compartida y vivida por muchos, una niñez sin abuelos, padres inmigrantes, el barrio, una casa amplia, el club de fútbol, el colegio primario público, el Jeider, la Tnuá (Movimiento Juvenil), los Madrijim (Guías o coordinadores), la Kvutzá (el grupo), el primer viaje de formación a Israel, la conducción del Movimiento, la Aliá (inmigración a Israel), el Kibutz, el ejercito en Tzahal, los estudios en la Universidad Hebrea, las misiones educativas y la vida misma.

Una historia que es una y única, que se multiplica. Representa a toda una generación con distintas gamas de vivencias e intensidades pero que son parte inseparable de una misma era.

Una historia particular que seguramente fue la historia de muchos de quienes están aquí hoy y otros tantos.

El Autor

Iair Rubin, hombre de prodigiosa memoria y fiel creyente en sueños e ideales nos retrata con minuciosos detalles la época en que el colectivo estaba por encima de los individuos. Nos invita a repensar, reflexionar y a recorrer esos tiempos de la modernidad signados por las ideologías y los grandes dogmas.

Esas épocas tan lejanas del individualismo posmoderno y la globalización, esas décadas del ejemplo personal, de la realización, del protagonismo, de la militancia, del involucramiento, no sólo desde lo intelectual, sino también desde lo físico y emocional, desde el amor y la pasión, desde la memoria y los sueños.

Sin lugar a dudas la Tnuá, el Movimiento Juvenil que tanto lo cautivó fue una síntesis perfecta que abordó aquellos temas que inquietaban a esa juventud. Fue respuesta e interrogante a la vez, búsqueda y encuentro, comodidad e incomodidad, intrínseca a la propia propuesta del marco.

La Tnuá signó la identidad del autor para toda su vida. Como nos cuenta en sus relatos, lo forjó como persona.

Su propio nombre nos presenta esa historia de consolidación de una identidad, enmarcada en el permanente cambio, propio de la dinámica del Movimiento Juvenil.Alberto Rubinovich de nacimiento, Abraham o Abreimele en el Jeider, Barzel en los comienzos de la Tnuá y por último Iair Rubin.

Con este nuevo nombre, israelí y moderno, alejado de aquellos nombres diaspóricos, con esta nueva identidad, el joven Iair realizó Aliá al Kibutz Harel en las colinas próximas a Jerusalem.

Desde allí este hombre nuevo junto a un grupo de soñadores se propusieron con su propia labor, vivencia y experiencia el cambiar a la sociedad en pro de los ideales de justicia social y distribución igualitaria de las riquezas aprendidos en el Movimiento Juvenil, en alguna peulá en el Ken del Hashomer Hatzair en aquella lejana Buenos Aires.

La historia

Esta es la historia de muchos compatriotas argentinos quienes se han sumado a la idea colectivista del Kibutz, quienes dejaron sus profesiones liberales y la “buena vida burguesa de la ciudad” para labrar la tierra de Israel.

Los diecinueve relatos son un mirar hacia atrás con sentido afecto y añoranza pero también son una invitación a revisar algunas cosas que se daban por naturales, las “verdades indiscutidas”.

También son un instrumento para proyectar un desafío a las nuevas generaciones en especial a los Movimientos Juveniles y, por qué no, a la juventud judía en general. Estas narraciones nos hablan a todos, jóvenes y adultos; sólo hay que saber escucharlas, reflexionarlas y trabajarlas.

Es muy difícil separar la obra y el autor. Iair nos relata su historia y la historia nos devuelve a aquel joven memorioso y soñador. El libro nos cuenta una historia y la historia nos describe una época. Es por ello que en base a estas dos vías intento acercarlos a su obra, el autor y sus relatos.
La Memoria del Sueño recorre esos tiempos vividos con una gran intensidad y de una manera muy cálida, un relato muy bien escrito, prolijamente cuidado y sentido.

Por momentos aparecen suaves críticas al dogmatismo imperante en la época y en el Movimiento Juvenil; por otros momentos esta crítica se agudiza utilizando finos elementos del humor para ridiculizar alguna situación impensable hoy en día o para mitigar el dolor que ha causado esta visión de mundo de blancos y negros.

Lo ideológico esta siempre presente en los relatos y es sin lugar a dudas la mejor fotografía de la época, es lo que signó a aquella generación: lo mágico y cautivante de las ideologías y también lo cruel y traumático de los dogmas.

En el relato “La comuna socialista de Tandil” incluida en este libro el autor relata el fracaso de un grupo de niños de diez años y su Madrij de establecer en el marco de un Majané (campamento) una verdadera vivencia socialista y colectiva donde compartían todo. Si todo, escucharon bien. Hasta la ropa. Nada era de nadie, el fin de la propiedad privada. Mezclaron sus vestimentas y cada uno usaba lo que necesitaba, ya nada les pertenecía ni le era propio.

Sin lugar a dudas esta experiencia extrema golpeó mucho a estos chicos y a sus familias al regreso. En aquellas épocas austeras no había otra ropa más de la que tenían, ellos la habían llevado al Majané y la trajeron estropeada y ese fue el fin de aquel intento comunal y de aquel grupo. Sirva esta historia para ejemplificar aquellas épocas donde los ideales dogmáticos estaban por encima de las personas.

Con estas palabras el nos introduce en el relato de “La comuna socialista de Tandil”:

“Dicen que la gran crisis empezó con las reformas de Gorbachov en los años noventa; otros afirman que fue con la llegada de ese nuevo Papa polaco, con su mensaje de apertura y esperanza. Y ya que hablamos de polacos, hay quien atribuye el principio del fin al movimiento Solidaridad y su carismático líder, el mostachudo Lech Walessa…”

“…Pero yo, queridos amigos tengo mi propia historia, si bien pequeña e insignificante no por ello menos importante, y quiero acoplarla a la caída del anhelo abrigado por aquel siglo XX lleno de esperanzas: el socialismo. Tal vez fue precisamente allá lejos y hace tiempo, en la pampa bonaerense y a los pies le las sierras tandileñas, que en los tempranos años cincuenta empezó la derrota del gran sueño…”

Rubin recorre sin temor aquellos tiempos, por momentos cargado de una mirada romántica de la época, por otros momentos aportando una mirada crítica y aceptando también algunas o muchas equivocaciones de aquellos que lo guiaron y las propias.

Es el tiempo que le tocó vivir y lo hizo intensamente, se involucró y comprometió como muchos otros jóvenes judíos en los diversos movimientos juveniles y marcos políticos. De ellos habla este libro.

Las historias relatadas transcurren en cuatro países: La Argentina de su infancia en los años cincuenta y luego del setenta y tres, su querida e inmensa Brasil, el Chile pre Allende e Israel su lugar, su hogar.

En estos países se ha desempeñado en cargos educativos ya sea como Sheliaj, (emisario) fuera de Israel o en instituciones educativas dentro de Israel. Toda su vida se dedicó a enseñar, aprender y aprehender con “h”.

Así fue escribiendo su propia historia con una pluma memoriosa y soñadora. Es su propio relato, el relato de muchos y hoy nos invita a compartirlo.

Antes de finalizar esta presentación me gustaría leerles un fragmento del último relato del libro, titulado: “Cómo dimos vuelta la pirámide” haciendo alusión a la pirámide invertida de Beer Borojov.

Antes una breve introducción.

Tomando a Borojov como inspiración y guía, muchos de los jóvenes del Movimiento Juvenil sostenían la idea de convertirse en obreros y sumarse a la masa proletaria. De esta manera veían que se lograría la normalización del pueblo judío por medio de los ideales socialistas puros y clásicos.

Es por ello que en su adolescencia el Movimiento Juvenil decidió que el joven Iair debería ingresar a estudiar electricidad en un colegio industrial y así lo hizo, cumplió con el mandato en la prestigiosa escuela secundaria Otto Krausse. A esta visión se sumaba el desprecio por las profesiones liberales que se contraponía directamente con el deseo y los esfuerzos que hacían los padres de clase media para darles a sus hijos una formación universitaria. Qué triángulo tan tenso Padres, hijos y Movimiento Juvenil!.

El diálogo que leeré a continuación se desarrolla en la casa del padre de Iair en Tel Aviv. El padre realizó Aliá a los 60 años reencontrándose con sus tres hijos en el Estado de Israel.

Vamos ahora a lo escrito:

“…-¿Viste, papá? -le dije con la intención de dejarlo contento y orgulloso-.

Al final ustedes se salieron con lo que querían, y los tres hijos tenemos título universitario. Y no son pavadas, porque Lina es contadora por la Universidad de Buenos Aires con reválida en Israel; la Ete tiene un máster en educación de la Universidad de Nueva York y no sé qué otras cosas más, porque ella siempre estudia; y yo... bueno, al final yo también soy máster en educación por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Los tres con títulos universitarios, no son pavaditas, viejo...

Él bebió un sorbo de café y se quedó en silencio; volvió a tomar otro sorbo con cuidado, porque estaba muy caliente.

-¿Quién lo habría dicho? Los tres chicos de la calle Carlos Calvo, los tres profesionales... -dijo, y no agregó nada más. Bebió otro sorbo de café porque no quería que se enfriara, quedó pensativo y no hablamos más del tema.

Y yo, que no gusto de la traición y jamás deserté de ninguna batalla, volví a Jerusalén tranquilo y contento. Nunca enmarqué mi diploma ni colgué el título en ninguna pared; tampoco firmo "licenciado", como algunos amigos míos, a pesar de que máster es mucho más que eso. Tal vez por algo de esa fidelidad que todavía guardo a mi viejo amigo Borojov y a su bendita pirámide, a pesar del tiempo transcurrido”.

Creo que a este texto no le cabe agregados, tiene la suficiente contundencia para asegurar que ese pasado no está olvidado, no está detrás de él y de muchos sino que es parte integra e inseparable de su ser y existencia. Es memoria y es sueño.

Texto de la presentación del libro "La memoria del sueño" de Iair Rubin en la feria del libro en Argentina.
Enrique Grinberg
22 de Abril de 2006

Mi primera cita


Cuando llegué a la puerta me encontré con mi primer dilema importante:
Había que tocar el timbre, el momento de anunciarse, presionar aquí y romper el silencio allí.

¿Cómo hacerlo?, ¿cuál era la manera pertinente?, ¿un toque largo y esperar? ¿dos toques cortos? ¿uno largo y uno corto o viceversa?.

Sin lugar a dudas la decisión de como tocar o no tocar las cosas era trascendente. El arribo de mi dedo índice al pulsador del portero eléctrico, era inminente, comenzaba a ponerme en tensión. Medir la velocidad, recordar la formula de la fuerza, velocidad y presión aprendida en física en el colegio secundario. En ese preciso instante descubrí para que había que estudiarla, nunca antes la aplique ni pensé en ellas hasta ese preciso momento.

Si tocaba un timbre largo sería interpretado como impaciencia; nunca pensaría que yo podría pensar que no me escuchaba. A veces tenia dificultades en escucharme, eso es lo que creo, y otras tantas también parezco no escuchar, y a veces hasta me hago el que no escucho.

Si tocaba dos cortitos peor aun, la impaciencia, la insistencia, la necesidad de ratificar el acto. El primero y repetirlo por las dudas que hubiera salido mal, muy obsesivo ¿no?.

Las preguntas daban vueltas en mi cabeza ¿Cuánto esperar para repetir la serie de toques o cambiarla con nuevos e ingeniosos ritmos?, ¿vendrá a abrir?, ¿estará o se habrá olvidado de mi?. Poca autoestima.

El tiempo parecía detenerse, el minutero andaba a tropezones, el segundero parecía adormecer su paso, y las agujas todas aparentaban clavarse hasta detenerse. A veces aparento ser un poco antiguo, apegado al pasado; aunque esta fue una de esas oportunidades que no me arrepiento de ello ya que me sentí afortunado de tener un reloj analógico, ya que hubiese sido más difícil explicar aquello que sentía con un reloj digital.

Mientras la espera se asemejaba a la eternidad imaginaba sus pasos acercándose a la puerta de entrada para abrirla, ver su primera mirada sobre mi, como me paraba y como me vestía, ¿estaría analizándome desde se momento?, ¿sacando una radiografía exterior e interior mía?.

En el recorrido seguía la caminata por el pasillo angosto y oscuro hasta el departamento, seguía sumido en el reino de la duda ¿quién debía marcar el paso? No debo ir muy lento ni muy rápido, el paso justo y seguro repetía para mis adentros, sin atropellar ni siendo atropellado.

¿El ingreso a la habitación era el fin del pasillo? ¿ o el fin del pasillo era el ingreso a la habitación?, la puerta una entrada o una salida.

Entrar, otro cuestionamiento, otro interrogante, ¿dónde acomodarse? ¿dónde ubicarse?. Por suerte no había muchas opciones, en el diván o en la silla; sólo dos, solo nosotros dos por primera vez.

El diván quizás era más cómodo pero evidenciaba demasiada confianza y mucho relax por ser una primera vez. Podría caerle mal y ese gesto signaría el fracaso en nuestro dialogo y relación.

La silla en una posición rígida era recta y mediaba entre los dos un mueble de madera que ponía distancias tanto para un lado como para el otro un buen límite que oficiaba de muralla. Pero en realidad estaba allí para romper los límites y las barreras. ¿qué dilema, diván o silla, silla o diván?.

Me quedé de pie unos momentos, mirando a la silla y al diván para ver cual me llamaba primero. Ninguno emitió señal, el primer gran complot del mobiliario que me obligaba a tomar una decisión, aquí o allí. No es que sea paranoico pero me podrían haber dado alguna señal como para facilitarme la cosas en ese terrible momento.

Tome aire como para poder emitir una gran frase.

Me decidí y comencé a hablar.

Lo primero que dije es que no estaba de acuerdo en ser el que los demás querían que fuera, sino que quería ser aquel que podía ser como me enseño un sabio amigo.

Porque ser o no ser, esa es la cuestión. Entre el ser que ellos quieren que sea y el que puedo ser o quiero ser, hay un abismo tan grande que termino siendo el que no quiero ser y tampoco el que ellos quieren que sea ¿ves lo terrible que es la situación?.

Ella se quedó congelada, pálida, como asustada, me miró como si estuviese desquiciado, me sentí como un loco en el manicomio, solo me faltaba el chaleco, no pensaba empezar así, no era mi ideal de una primera cita, creo que la asuste.

Enseguida me dijo: -siéntese aquí: la licenciada ya llega, yo no soy la Psicóloga, solo su secretaria.

Enrique M. Grinberg