Primero

Mi padre era Dios y no lo supo.
Me entregó los Diez Mandamientos no con truenos ni con furia,
Ni con fuego ni con nubes, sino con ternura y amor.

Y agregó caricias, y agregó lindas palabras, y agregó “por favor”.
Y entonó el “zajor veshamor” – “recordarás y cuidarás” en una sola melodía,
Y suplicó y lloró en silencio entre cada uno de los Mandamientos,
No pronunciarás el nombre de tu Dios en vano,
No pronunciarás, no en vano,
Por favor, no levantes falso testimonio contra tu prójimo.

Y me abrazó con fuerza y susurró en mis oídos:
No robarás, no cometerás adulterio, no matarás.
Y colocó las palmas de sus manos abiertas sobre mi cabeza
Como en el rezo de Kipur.

Honra, ama, para que se prolonguen tus días
Sobre la faz de la tierra.

Y la voz de mi padre era blanca como su cabello.
Luego giró su cabeza hacia mí por última vez,
Como en el día en que falleció entre mis brazos,
Y dijo: quiero agregar dos mandamientos a los que ya hay:
El número once “no cambies”,
Y el número doce “cambiá, cambiá”.
Así fue que me dijo mi padre y partió,
Y desapareció en su singular lejanía.

Yehuda Amijai
Agradezco a Fer Shocron quien me recordó este hermoso poema en un artículo que escribió.