Cuento sobre un chofer que quiso ser Dios


Esta es la historia de un chofer de colectivos que nunca quiso abrir la puerta de su vehículo a pasajeros retrasados. A nadie. Ni a alumnos de la secundaria, que solían correr tras el micro y gritarle con ojos llameantes. Ni a algunas nerviosas personas, envueltas en impermeables bajo la lluvia, que golpeaban los vidrios de la puerta, porque sostenían que la culpa del atraso no era de ellos, sino seguramente del chofer. Decían que éste había salido de la terminal unos minutos antes de su turno. No les abría la puerta incluso a viejitas que llegaban ante el colectivo cargadas con paquetes, que le rogaban con sus manos unidas en plegaria y petición para que les parara y las dejara subir. No les paraba no por ser un malvado, ni por tener un hueso atravesado en su garganta.

Era una cuestión de ideología.

Calculaba que si le paraba treinta segundos a cada uno, y digamos que contaba unos sesenta pasajeros por vuelta, que no se atrasaban, esto le daba derecho a no abrirles la puerta.
Sabía que la mayoría de los retrasados pensarían que era un hijo de perra, un descastado.
La persona que mas sufría gracias al chofer era Edi.

Pero este era distinto de todos los otros. Nunca corrió detrás de un colectivo. Tan haragán y despreocupado era.

Trabajaba como asistente del chef en un restaurante. La comida allí era como para desmayarse. Pero Edi era una buena persona. Cuando un plato no le salía muy apetitoso, salía de la cocina y se disculpaba ante los clientes.

Sucedió durante una de estas disculpas que se conoció con una joven, linda y llena de gracia. Ella se esforzó en deglutir el espantoso plato que Edi había cocinado.

Cuando él le pidió su dirección o su número telefónico, ella se negó. Pero no tanto como para no aceptar su invitación a encontrarse al día siguiente en el delfinario cercano.

Edi tenía una debilidad, se atrasaba siempre diez minutos, y no había despertador que lo ayudara. Decidió entonces no dormirse una siestita, como solía hacer después del trabajo del mediodía, y se quedó mirando televisión. Así se quedó profundamente dormido, sentado, como un asesinado. Despertó pero ya habían pasado diez minutos de la hora fijada. Salió corriendo de su casa y corrió detrás del colectivo. Nadie se interpondría entre él y su nueva enamorada, salvo el chofer, quien recién había empezado a mover su colectivo. Vio a Edi por el espejo lateral, pero era un hombre de fuerte ideología. A Edi su ideología le importaba como la nieve disuelta del año anterior. Solo quería llegar en hora a su cita. Pero el chofer no se detuvo.

La suerte de Edi se dio vuelta de pronto, aunque no del todo. A 100 metros de la parada de colectivos colgaba un semáforo, que se puso en luz roja cuando el chofer iba llegando allí. Mas muerto que vivo Edi llegó hasta el colectivo, y se paró junto a sus puertas. Luego se arrodilló y miró al chofer con ojos húmedos y empezó a suspirar fuertemente. Esto llevó al chofer a recordar algo de su pasado.

Antes de ser chofer él había deseado ser Dios. Recordó que había decidido que de lograrlo, ser Dios, hubiera sido muy entregado y cordial con sus criaturas. Por eso, al ver a Edi de rodillas ante el colectivo, olvidó su ideología y abrió la puerta.

Este hubiera sido el mejor momento donde interrumpir esta historia, porque la joven, a pesar de la temprana asistencia de Edi, no había llegado, ni nunca llegaría.

Ella ya salía con otro.

Y qué? Era muy leal, y no pudo contárselo a Edi en el primer momento.

Edi la esperó casi dos hora exactas. Y mientras la esperó sentado en un banco lo abordaron ideas muy tristes. Ideas sobre la vida y sus límites, y mientras miraba la puesta del sol pensaba en cuánto le dolerían luego los huesos, después del esfuerzo que había hecho corriendo detrás del colectivo.

En camino hacia su casa, volvió a encontrarse con el chofer y su colectivo. Pero esta vez sabía que no tendría ya fuerzas para perseguirlo. Iba caminando y sintiendo que no podría alcanzar al colectivo. Sentía dolor en cada célula de sus músculos y no tendría ya fuerzas para correrlo. Caminó lentamente hacia la parada mas cercana, vio que el chofer lo estaba esperando. A pesar que los pasajeros le reclamaban que empezara el viaje, que le gritaran y patalearan, para obligarlo a partir, el chofer esperaba, lo esperaba a Edi.

Cuando el colectivo por fin arrancó, el chofer miró a Edi por el espejito que tenía en un rincón, y le brindó un gesto, era una sonrisa, casi una mueca, pero que ayudó a Edi a superar el difícil momento vivido.

Juventud y comunidad: Los ausentes con y sin aviso


Intentaré presentar algunas ideas sobre los motivos por los qué los jóvenes[1] no logran encontrar en la comunidad un marco apropiado de participación y/o pertenencia, concordante con que las comunidades tampoco hallan mecanismos apropiados para la contención de los mismos.

Sin duda la edad de referencia es la más dispersa, y por ende la más difícil de llegar a los grupos que participan en los marcos comunitarios.

Tanto a niños y adolescentes los podemos encontrar en los colegios primarios, secundarios judíos y otros espacios de educación no formal. A los adultos y mayores los encontramos en las distintas comunidades, templos e instituciones socio-deportivas.
¿Dónde están los jóvenes? He aquí la primer dificultad, el no poder encontrar de manera fácil, eficaz y masiva a los jóvenes de esta edad.

En la comunidad no existe ninguna base de datos centralizada que contenga la información mínima de los jóvenes universitarios por más que estos hayan pasado por diversas instancias en las entidades comunitarias. Los datos no se conservan, no se centralizan y no se actualizan, por lo cual es muy difícil lograr una comunicación o contacto con ellos.
La inexistencia de una base de datos impide conocer algunos indicadores básicos referentes a esta población como por ejemplo: área de estudio, interés y otros como para poder concretar propuestas y una convocatoria más eficaz con información más precisa dependiendo de cada perfil.

Las comunidades expresan gran preocupación por el tema pero al ver las inversiones de recursos humanos y económicos para el desarrollo del área joven podemos entender el porque de tan magros resultados de propuestas y participación juvenil. Sería injusto no reconocer aquí el esfuerzo que algunas instituciones realizan en tal sentido pero igualmente no son suficientes ni proporcionadas al número y tipo de población en relación a otras franjas etáreas de nuestra comunidad.

En muchas oportunidades se da también que los mayores son los que diseñan los espacios para jóvenes. Los adultos de la comunidad tienen un “joven imaginario e idealizado” que no existe. Cada vez que el joven a través de su actitud “no responde” al imaginario del adulto; el adulto se frustra y se enoja con él. De ahí que el adulto abandona su interés por “ocuparse” del joven y pasa a “preocuparse” por él.

Otras veces se trabaja con los jóvenes con los mismos modelos de cuando eran adolescentes: es un error porque hay que desarrollar modelos de trabajo apropiados para cada edad, y en esta edad especial tomar en cuenta que no con un solo modelo o proyecto se pueden abarcar los diversos intereses de estos jóvenes, por lo cual la propuesta tendrá que ser múltiple y variada.
En el interior del país generar una propuesta de actividades de estas características trae dificultades extras ya que allí la situación se complica por ser la masa critica es pobre y la gran mayoría comparten los mismos espacios y están saturados del contacto permanente.

Otra de las falencias a destacar es la escasa o casi nula existencia de profesionales formados o capacitados para armar, desarrollar y sostener proyectos específicos para esta edad como así también la ausencia de material teórico o trabajos de investigación serios sobre la edad para ser considerados. La comunidad y los espacios de formación comunitaria no han propuesto estos espacios salvo honrosas y puntuales excepciones. Por lo cual el área de jóvenes es manejada de manera intuitiva y basándose en experiencias de éxito y fracaso, con escasa planificación a corto, mediano y largo plazo. Además se carece por parte de las comunidades de una política clara en lo que se refiere a estas edades.

Sobre el compromiso con la institución. Aquí aparece el conflicto entre la modernidad y la pos-modernidad. Las instituciones por un lado desean que los jóvenes este cien por ciento comprometidos e identificados con la institución, esto significa estar y participar siempre. Hay jóvenes que podrán cumplir con esas expectativas pero otros que no, otros están dispuestos a comprometerse en menores porcentajes. Estos últimos no encuentran manera de insertarse ya que en las comunidades se piensa la participación a todo o nada[2].

La comunidad no ha sabido encontrar un eje aglutinante y movilizador de la juventud y no ha generado políticas ni estrategias para ello, más allá de que el contexto pos-moderno no ayude a ello. En otras épocas fue el sionismo en donde las Tnuot y las Jativot Universitarias florecían a lo largo y ancho del país, la Aliá a los Kibutzim como consecuencia de aquel proceso, el activismo y la militancia política en los ´70 dentro y fuera de la comunidad, la participación comunitaria religiosa signada en el marco del movimiento conservador con gran auge en los ´80 y el crecimiento de la actividad socio-deportiva en ´90 a modo de ejemplo.

En muchos casos también se dan impedimentos económicos para la participación porque existen cuotas o pagos que hay que realizar para acceder a cierto tipo de actividades, no contando gran parte de los jóvenes, aun con la independencia económica de sus padres y dándoles pudor pedir dinero extra para cubrir dichos costos u otros.

Sobre el sistema educativo comunitario también caben algunas observaciones. Luego de atravesar el proceso educativo comunitario tanto formal como no formal, en muchos casos más de doce años los jóvenes no salen concientizados acerca de la importancia de la vida en comunidad, de la importancia del involucramiento y de la participación personal y a los dieciocho años se alejan del marco comunitario. Además muchos de los contenidos aprendidos en ese proceso les son inútiles u obsoletos como para poder sostener una identidad judía adulta ya que en su memoria la mayoría de los conocimientos remiten a relatos infantiles o a temáticas abordadas de manera incompleta y poco profundas. Un factor determinante es la reducción de horas de estudio judaico en la currícula escolar y al reemplazo de estas horas por otras materias alejadas de lo judaico. Asimismo también podemos inferir que la falta de capacitación docente y la poca preparación para enfrentar a un adolescente hoy en día deja también sus marcas negativas. Parte de esta situación se motiva por diversos factores que no se analizarán por no ser tema del presente articulo entre ellos des-jerarquización del docente del área judaica y la falta de estímulos.

Quedará para otra oportunidad realizar un abordaje del tema desde la perspectiva y el imaginario que el joven tiene de las comunidades y de sus propuestas. Como decían nuestros sabios en Pirkei Avot[3]: “no estamos obligados a terminar la tarea, pero tampoco estamos eximidos de comenzarla”. Espero que estas líneas ayuden a la compresión de la problemática e inspiren algunas reflexiones a fin de poder concretar una acción de cambio para el trabajo en el área de juventud.

Enrique M. Grinberg

[1] En todo el artículo donde se menciona la palabra joven o jóvenes se refiere a la edad de 18 a 30 años.
[2] En estos últimos tiempos han aparecido diferentes propuestas que demandan compromisos más acotados y temporales que comienzan a marcar una nueva tendencia en el área.
[3] Tratado de principios

La ausencia de lo obvio


Cierto día lo obvio se sintió más obvio que de costumbre.

Fue en ese momento que decidió no verse tan obvio, y se dispuso a probar la ausencia para dejar de sentirse tan obvio frente a los ojos de todos.

Quería saber si para la gente la ausencia de lo obvio modificaba en algo sus vidas.

Dudo al principio de si era correcta su decisión; temió que nadie se diera cuenta de su ausencia, por lo cual temía ser confundido con innecesario.

El era obvio que no significa innecesario; pero no estaba seguro que los demás comprendieran la diferencia.

Temió que lo olvidaran, ya que de hecho muy pocos lo recordaban.

Ocurrió lo que temía: que por ser simplemente obvio lo olvidaron, ya que siempre había cosas más importantes que lo obvio como para tenerlo en cuenta.

Dolido por sentirse innecesario y olvidado, lo obvio decidió cambiar de estrategia y resolvió corporizarse en naturaleza, para ver si por ese medio alguien se acordaría de lo obvio.

Se convirtió en sol y lo hizo desaparecer.

Era tan obvio que el sol saliera todos los días, que nadie se preocupó pensando que ese era un día nublado. Pero el sol nunca mas apareció.

Se trocó en luna y la hizo desaparecer.

Era tan obvio que la luna iluminara el cielo, que algunos pensaron que esa noche había luna nueva. Pero la luna nunca más se asomo.

Entonces decidió tornarse en oxigeno y lo hizo desaparecer.

Era tan obvio encontrar el oxigeno en la atmósfera que nadie se preocupo por su posible ausencia. Y ocurrió lo obvio: ningún ser viviente respiro.

Enrique M. Grinberg