Un homenaje actual a ciento diez años de la Kehila (comunidad) de Basavilbaso


En la película “De Toledo a Jerusalem”, el cantante israelí, Yehoran Gaon, cuenta una historia ligada a sus ancestros que se remite a la época de la inquisición sufrida por los judíos en España.

Comienza contando de uno a tres en forma pausada: una, dos tres, señalando con el dedo índice al firmamento. Tres estrellas apercibidas en el cielo al anochecer del día viernes, anuncian la llegada del Shabat, día de sagrado reposo.

En su niñez él no entendía porque su padre le prohibía con rigor contar estas estrellas señalándolas una a una con el dedo índice. Más tarde, al crecer, su padre le explicó que de esta manera los soplones de los inquisidores descubrían a los judíos conversos que observaban en secreto los mandamientos de la ley judía y al ser identificados como judíos se los enviaba a matar inmediatamente.

Esta historia se transmitió de generación en generación en la familia Gaon y es a través de ella que podemos entender el sufrimiento y el temor que tenían aquellos judíos de ser descubiertos.
¡Cuánta fuerza tuvo esta historia que siguió vigente hasta la actualidad, aun viviendo en libertad el pequeño Yehoram no podía señalar las estrellas!.

Años pasaron de aquel triste suceso que aniquiló a gran parte de la judería en España y fue luego en otro lugar donde se repitió la misma historia de odio y destrucción.

Esta vez no se llamaba inquisición, se llamó pogrom. Nuestros antecesores sufrieron en la Rusia Zarista y en tantos otros lugares crueles persecuciones, humillantes golpizas y asesinatos por parte de los cosacos y otros era estos violentos inhumanos herederos de Amalec pero perseguían un mismo objetivo aniquilarnos.

Una vez más había que partir, la historia del judío errante se repetía una y otra vez, llevando de exilio en exilio sobre las espaldas miles de años de historia y sabiduría, de un pueblo disperso que no por mucho tiempo, podía echar raíces en los lugares en donde se asentaba.

Esta milenaria historia que llevaban consigo simbolizada en la Torá , a la que nunca abandonaron y cuidaron como valioso tesoro. Marchaban por caminos inciertos con sus familias, padres, hijos y nietos con paso firme pero a la vez temeroso en la búsqueda de nuevos horizontes en donde se les permitiera vivir en paz y libertad como judíos que eran y que querían seguir siendo. Siempre guardaron fidelidad y sostuvieron con honor su propia identidad como pueblo, llevaron consigo sus valores, costumbres y tradiciones que era lo único de valor que tenían más allá de sus propias vidas.

La incertidumbre no era poca al comenzar la marcha, América era algo desconocido y ajeno, la Argentina era el lugar de destino, un lugar que comenzaron a amar antes de conocer. Un largo viaje que comenzó a pie con pasos temblorosos e inseguros dejando el lugar al que pertenecían, el Shtetl, la pequeña aldea o la cuidad.

No hubo tiempo para mirar atrás por última vez y dejar grabada en la retina esa imagen del que fue su hogar hasta entonces; no era ese el momento para la nostalgia. Las lágrimas se escurrían por los rostros dolidos y nublaban la visión, pese a que la opción única y clara: irse, o morir en manos de los enemigos del pueblo de Israel.

Había que avanzar a pie al comienzo, continuar por sinuosos caminos en carros, subir al tren de vías infinitas, abordar el barco y hamacarse al compás de las olas. Cruzar el inmenso océano interminable, meses navegando y navegando sin pausa alguna.

Por fin vislumbraron la llegada a esa tierra tan esperada, aunque desorientados al no poder entender el idioma y otra cultura, con el susto de lo nuevo y lo diferente, pero esta vez sin el miedo que los había invadido en Europa. Si, es cierto que tenían incertidumbres, pero también la certeza que da el entusiasmo de encontrar ese soñado lugar en el cual plantar un nuevo hogar en la tranquilidad y la calma anhelada, pese a que no todo fue tranquilo y seguro para ellos al llegar al suelo argentino. La discriminación y el rechazo también hizo lo suyo en estas tierras, malones y gauchos amedrentaron a aquellos gringos recién llegados, sufrieron pestes y enfermedades, sequías y fuertes lluvias, más su espíritu de lucha y superación no se apagó ni menguó por las dificultades de los primeros tiempos.

Al llegar al puerto de Buenos Aires nuevamente comenzó ese andar esa marcha constante. Subir a un tren sintiendo nuevamente un trajinar de sensaciones, viajar en carro recorriendo nuevos y desconocidos paisajes y por fin aquietar la marcha lentamente para asentarse en el lugar de destino: Basavilbaso, como tantos otros lugares que fueron la cuna del judaísmo en la Argentina.

Dormir a la intemperie como lo hicieron nuestros hermanos a la salida de Egipto, reviviendo el gran éxodo al pasar de la esclavitud a la libertad.

Alzaron desde un comienzo bien alto y firme la bandera del compromiso con el judaísmo y con la vida en comunidad. Construyeron templos, escuelas, bibliotecas, comunidades, cooperativas y todo lo que les garantizaba la continuidad de una vida judía plena, y a su vez consolidaba la condición de inmigrantes temporarios a más estabilizados y arraigados. Siempre mantuvieron un lazo inquebrantable con la tierra de Israel y ese lazo continua hasta la actualidad fue la Argentina y Basavilbaso su pequeña tierra prometida, la Jerusalem de las pampas.

El primer Shabat, momento de reunión de todos en un espacio y un tiempo común. Levantar la vista al cielo y poder señalar sin miedo una a una las tres primeras estrellas y contar en voz alta una, dos y tres, sabiendo que no iba a ser fácil el comienzo, pero que de ellos dependía poder forjar en estas tierras un futuro promisorio para ellos, sus hijos y nietos. Era un sentimiento agridulce, mezcla de tristeza y alegría, que se intercalaban, ese agridulce que nos acompaña en nuestras tradicionales comidas que nos han sabido legar y deleitar.

Es hermoso recordar la inauguración del templo de la colonia número uno, en la mitad del campo, un Shabat muy especial, durante el cual la felicidad se notaba a flor de piel. Todos vestidos con las mejores galas. Mientras esperaban cantando el Iedid Nefesh a aquellos que venían a pie del monte, a aquellos que vivían más lejos de la Shil, uno a uno se reflejaban mutuamente en los ojos del otro iluminados por las tenues lámparas de kerosén que habían traído de la Rusia ancestral y pendian del techo como brindando testimonio de la luz de un pueblo que nada ni nadie podrá apagar.

En esos ojos se veían las lágrimas de tristeza, del dolor y del desarraigo, pero también se destacaba el brillo que emanaba de ellos por la felicidad que da el estar vivos y cantando juntos aquellas letras y melodías comunes que nos mantuvieron unidos a través de los siglos. El aire dispersaba estas melodías a los cuatro rincones de aquella pequeña sinagoga ubicada en la mitad del campo en la provincia de Entre Ríos. La vida fluía nuevamente y esa fuerza mágica que hacia la unión contagiaba el ambiente de santidad. "Que hermosas son tus tiendas Iaacov, y tus moradas Israel".

Hoy estamos nosotros aquí, ciento diez años después para recordarlos y honrarlos, para dar testimonio vivo de este compromiso de continuidad en comunidad, con nuestro presente, nuestro espíritu, con nuestra oración y con nuestras palabras.

Enrique M. Grinberg
Noviembre de 2004

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