He aquí nuestros cuerpos caídos


Mira, he aquí nuestros cuerpos caídos en larga, larga fila.
Nuestros rostros cambiaron. Por sus ojos asoma la muerte. No respiramos.
Se apagan los últimos rayos y la noche toca la tierra en el monte.

Mira, ya no habremos de andar por caminos a la luz de una puesta lejana de sol.
No amaremos, no haremos vibrar cuerda alguna en sonidos callados y suaves.
En los parques no alborotaremos con el paso del viento en el bosque.

Mira, nuestras madres están encorvadas y callan, los amigos ahogan su llanto, y un estruendo de granadas cercano e incendio y señales augurando tormenta.
En verdad, ahora nos encubriréis?

Si nos levantaremos, como entonces surgiendo de nuevo, volviendo a la vida.
Terribles y grandes nos bambolearemos, corriendo a ayudar,
porque todo en nosotros aún vive borboteando en las venas y ardiendo.

No hemos sido desleales. Mira, nuestro arma está al cuerpo y sin balas, los cartuchos vacíos.
Se recuerda de nuestras palabras, hasta de la última. Aun queman sus caños.
Nuestra sangre salpica palmo a palmo el camino.
Hemos hecho cuanto hemos podido, hasta que cayera el último por siempre.

¿En verdad que seremos culpados por haber quedado muertos en la noche
Con los labios pegados al suelo de rocas?

Mira, qué noche tan grande y tan amplia.
Mira, en lo oscuro florecen estrellas.
Aromas de pino. Enterradnos ahora, sobre el rostro terrones de polvo.
Aquí está erizado el alambre, aquí hay pozos, aquí estamos juntos.
Nuevo día, no olvides! No olvides!
Que llevamos en andas tu nombre hasta que nuestros ojos cerrara la muerte.

He aquí nuestros cuerpos caídos, larga fila y no respiramos.
Pero fuerte está el viento en los montes y pasa.
Y la mañana nace y despunta el rocío cantando.

Volveremos aun a encontrarnos, retornando como flores rojas.
De inmediato sabréis quiénes somos: es el mudo “Batallón del Monte”.
Abriremos en flor sólo entonces. Cuando calle en los montes el grito del último tiro.

Jaim Guri

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