Chau, Janán


Te conocí en 1999, yo estaba en mi escritorio del Consejo Juvenil Sionista, junto a la oficina de Enrique y vos pasabas a cobrar alguna actividad. Saludaste, como mucha gente a Enrique pero no supe quién eras. Algunos meses más tarde, en ocasión del 5° aniversario del atentado a la AMIA, Quique sugirió que te invitáramos a reflexionar con 150 bogrim de tnuot de Argentina, Chile y Uruguay sobre el hecho. No fue un buen día para vos, el pulso te temblaba y también la voz. Sólo sabía de vos que eras uno que se le había enfrentado al ex Embajador Avirán en un encuentro en Mar del Plata de 1997. Le pregunté a Quique: ¿estás seguro que Janán es la persona que decís? Todavía no sabía quién eras.

Pasó el tiempo y Enrique me convocó para compartir el trabajo con él en Hagshamá, recorrido que seguimos compartiendo hasta hoy. Te invitamos a infinidad de seminarios donde empecé a descubrir tu agudeza, tu pasión, tu ternura. Por esos tiempos comencé a leer “El espacio comunitario”, “En el mundo hay lugar para los dos” y “El jardín de la delicias/Locas de amor”, tres libros que atesoro entre los más queridos.

En 2002 mientras preparábamos un encuentro de bogrim de tnuot del cono sur, fuimos a tu casa a consultarte tu opinión sobre el programa. Fue revelador. Me hablaste de la importancia del encuentro mismo por sobre los objetivos revolucionarios. Como era -y soy- cabeza dura me lo tuviste que recordar al año siguiente. El encuentro mismo era lo maravilloso. Pero también un encuentro que no era gratuito, tenía que estar cargado de afecto y un espacio para el conocimiento mutuo.

Un día le dijiste a Enrique que querías que vaya a tu cumpleaños, no recuerdo si el 58 o 59. Me sorprendí y me alegré de que quisieras que estuviese ahí. En esos encuentros tan lindos conocí a otros amigos tuyos que dejaron de ser nombres en carpetas o agendas laborales para pasar a ser los amigos de Janán. Natán, Dany, Ruty, Mónica, Jana, Enrique, Diana, Laura, otro Dany más y otro Leo más, todas personas hoy entrañables para mi.

Pasó también tu cumpleaños número 60 con una gran fiesta en tu casa. Los invitados especiales ahí eran tu hermano Pesaj (que maravillosamente se había desprendido de tus relatos para pasar a ser alguien concreto) y tu amigo Leo Senkman, que para mí era simplemente el destinatario de tu carta/ensayo “El atentado que dio vida a la muerte” donde hacés un análisis crudo y vigente de una comunidad que cambió totalmente después del 18 de julio de 1994.
Y por supuesto un recuerdo especial para el bar mitzvá de tu riñón, aquel que te había donado Pesaj y te permitió seguir viviendo y creando. Una noche inolvidable en el salón del edificio donde paraban los Katz durante su shlijut. ¿Cómo se te pudo ocurrir algo así? Con velas, kipá y lo demás. Eras un celebrador permanente de la vida.

Ahí ya te empezaba a conocer, me contabas de tu mamá y cómo le cambió la vida su aliá, de tu papá, de ese tal Carballés y sus dibujos que finalmente colgaste en tu casa que cada vez que la visitaba era otra. Y cada vez que te visitaba habías sufrido otro robo u otra estafa, y la marca era que habías comprado algo grande. “Cuando me roban dinero lo primero que hago es gastar, es la única forma que tengo de superarlo” decías siempre. Te tiraban y te volvías a levantar.
Pero verdaderamente ya no recuerdo qué cosas me dijiste cara a cara y cuáles a través de tus libros y cuáles otras en los comentarios que hacíamos sobre tus libros. “Uno sólo transmite lo que está vivo en uno”.

Me enseñaste que el madrij no es un profesional, sino un aficionado al cariño. Y que madrij se es siempre.

Siempre me echaste en cara que me vinculara con vos a través de Enrique, pero la verdad es que aun cuando a veces te llamaba simplemente para saludarte no podía superar esa barrera natural, ese respeto que me significaba tu voz y tu presencia.

Hace un par de semanas, con motivo de un video que necesitabas mandar a Israel para el casamiento de tu sobrino, surgió la oportunidad de ir a visitarte. Acababas de salir de una internación en el sanatorio, sabía que estabas delicado. Llegué y casi no reconocí tu departamento, estaba transformado en una especia de sanatorio domiciliario.

Me pediste que viera el video de tu sobrino y que te comentara mi opinión y estaba un poco contrariado entre tu permanente lucidez intelectual y tu estado físico que la filmación difícilmente podía disimular. Te dije que estabas fantástico.

Intenté amagar que me iba para no molestarte y me pediste que me quedara a charlar. Te pregunté por vos y me contaste de tus dieciséis pacientes en actividad (todavía hoy no lo puedo creer), pero querías que te hablara de mi. Y te conté de mis nuevos proyectos, de mis miedos, mis dudas. Te detuviste en mis estudios y me dijiste que yo necesitaba priorizar ese tema, pero que no me notabas convencido, y hasta que no me apropiara del tema no podría seguir adelante con los exámenes. Me di cuenta que ya nos conocíamos, que éramos –a pesar de la diferencia generacional- amigos.

Nada cambió desde ese día, estabas mal físicamente y vigoroso como nunca mentalmente. Me sorprendía mucho eso y lo comenté con Enrique y con Natán. Nada cambió desde ese día, hoy me enteré que tu cuerpo no quiso más, pero tus pensamientos vivirán por siempre en mi.
Hoy se cumplen 59 años de la declaración de la Independencia del Estado de Israel.

Un abrazo grande y fuerte.

Tu amigo,
Leo Naidorf

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