Liderazgo comunitario y clase social


El liderazgo comunitario podría definirse como un autoritarismo en representación del padre.

El carácter voluntario de los miembros de las comisiones directivas fa­vorece la fantasía mesiánica del dirigente y es, a su vez, utilizado como ar­gumento descalificante para el rol profesional, por ser "mercenario". Pero el trabajo voluntario no es gratuito pues el deseo se organiza desde una repa­ración.


Produce beneficios inconscientes (reparar vínculos) y conscientes, co­mo ser búsqueda de poder, de prestigio, de relaciones económicas, etc.


La falta de conciencia de estos beneficios condiciona una determina­da forma de articulación de los dirigentes voluntarios entre sí, y entre el di­rigente y el profesional.


Un vínculo creado al servicio de un destinatario, que es la institución, se transforma en una relación patrón-empleado, padre-hijo, etc.


El dirigente voluntario ingresa a su rol en la comunidad judía desde el poder, desde la certeza de ser un hijo deseado y desde el deseo de ser ve­nerado.


En la comunidad no judía, el voluntario judío ingresa desde el some­timiento, desde la certeza de no ser deseado y desde la búsqueda de ser acep­tado.


El dirigente voluntario privilegia un cargo menor en una institución no judía respecto de un cargo de mayor jerarquía en una judía. Es equivalen­te a lo que ocurre con el profesional.


Lo expresado, es decir que en la comunidad se busca lo perdido y fue­ra de la comunidad lo nuevo, avala este comportamiento.


El liderazgo comunitario se organiza desde:


El poder y el prestigio.
El fracaso del padre.
La restitución de lo perdido.
La evitación de los cambios.
Un deseo insatisfecho.
Un proyecto de clase.
Un sionismo espiritual.


Una aniquilación de líderes potenciales, que ponen en peligro la continuidad de los dirigentes.
Hay que buscar las características del liderazgo en la propia comuni­dad, que hace emerger a aquel líder que satisfaga sus demandas. La ola de desfalcos que se produjeron hace unos años en algunas cooperativas judías constituye un ejemplo: los ahorristas, desde sus deseos secretos, vieron en las cooperativas un sostén a su proyecto de clase.


La mayoría silenciaba lo que estaba ocurriendo, desde la fantasía que a ellos no les tocaría o que la comunidad quedaría más expuesta en caso de hacerlo público.


De acuerdo con lo aprendido en sus familias, era más importante que no se supiera lo que ocurría que resolver el conflicto.


Es necesario tener presente que los judíos tienen una actitud diferen­te cuando se relacionan con instituciones o con otros judíos.


Con otros judíos (sean profesionales, comerciantes, industriales, etc.) en un vínculo individual, se relacionan con desconfianza, proyectando en el otro su propio comportamiento posible. Con las instituciones su actitud es distinta; como las organiza a su servicio, confía mas.


Con las instituciones ligadas a lo económico se produce un quiebre en un momento de su desarrollo.


El crecimiento de la institución, deja a un costado su objetivo comu­nitario y el nuevo objetivo es su propio crecimiento. Si las cooperativas te­nían proyectos comunitarios, como sostener instituciones (clubes, escuelas, etc.) y se cometieron desfalcos, los objetivos reales no eran comunitarios si­no clasistas, de crecimiento económico.


No se trata de simples estafas sino de proyectos secretos de clase, que utilizan la palabra al servicio de la comunidad y la institución al servicio de la clase.


Como la palabra del dirigente es la palabra del padre y la responsa­bilidad es la de la comunidad, resultaba comprensible que muchos judíos, que en la infancia habían aprendido que los judíos eran sus amigos, no des­confiaran.


Las instituciones de tiempo libre, proponen un espacio supuestamen­te comunitario, pero integran a sus asociados desde la clase social para evi­tar el conflicto.


Las instituciones asistenciales, por su parte, están desacreditadas y dramatizan la imagen desvalorizada que el judío tiene de la condición judía y de la comunidad.


Esta conserva a esas instituciones en un estado de agonía; concordan­te con el mandamiento de no matar, se opta por dejarlas morir.


Cuando los dirigentes se acercan a las instituciones en crisis, lo hacen desde una fantasía mesiánica, que dificulta la lectura y comprensión de la si­tuación. Ellos vienen a lograr los que otros no lograron.


Una estrategia comunitaria efectiva, para eliminar o modificar diri­gentes creativos, es asignarlos a este tipo de instituciones, transformándolo en un desafío, alentando la fantasía mesiánica y garantizando así el fracaso en lugar de admitir la posibilidad de desarrollarla, modificarla o cerrarla.


La obsesiva búsqueda del éxito coarta la libertad para pensar, ratifi­ca el mandato, se relaciona con el pasado y no con el futuro. Impide vincu­larse con las necesidades comunitarias reales.

Puede decirse que las instituciones perimidas existen para evitar el surgimiento de otras, garantizando así la inmovilidad de la dirigencia co­munitaria y evitando los cambios.


La idea de una comunidad judía única y sostenedora de un mismo de­seo, es aniquiladora. Esta idea es mantenida al servicio de que sigan las con­diciones para esperar al mesías.


Esto favorece la disputa acerca de quién es el padre de la comunidad y genera un solo modelo de dirigente. El mesías que va a salvar a los judíos. La connotación de mesías la da la actitud de sacrificarse para que se salve el pueblo, sin esperar nada para sí.


Se constituye desde el padre que se incorporó en la infancia, aquél que todo lo podía, que junto con la admiración, producía amor, odio, envidia, que es lo que sienten hacia el dirigente los integrantes de la institución des­de su papel de hijos. Desde un deseo secreto lo constituyen en padre y des­pués se rebelan.


La depositación y la rebelión son parte de un mismo juego en el que la segunda convalida a la primera. Los mandatos que deben cumplir los que se acercan a una institución, desde un lugar de reconocimiento son:

Cumplir con una serie de actos humillantes cuyo proyecto es abo­lir todo lo que tienen de diferente.


Integrarse al proyecto institucional y fortalecer la imagen del padre.


Queda constituida así la relación dirigente-institución necesaria para el proyecto comunitario.


Dijimos que la institución se organiza desde el fracaso del padre (ne­cesidad de reparación), que provee el espacio que permite el reencuentro con el objeto perdido (el poder y la familia), mientras que el profesional es con­tratado para detener la huida del hijo y ejecutar el deseo secreto del dirigente.


La necesidad de reparar (situación incompleta) impide disponer de la propia libertad, reprime la libertad del otro y cosifica las relaciones, pues inconscientemente coloca a los otros en el lugar donde los necesita.


El trabajo voluntario se organiza desde la reparación. Al servicio de esta reparación el rol del dirigente puede transformarse de creativo en de­vastador.


Dijimos que las personas se convierten para él en cosas. Pero cuando la "cosa" se convierte en persona (es decir, utiliza su propia palabra) aparece la violencia, pues pone al dirigente en contacto con lo reprimido. La rela­ción pierde su carácter simbólico para convertirse en un enfrentamiento pa­dre-hijo.


El pueblo judío tiene vacante el lugar del mesías. Nadie pelea en la co­munidad por ocupar el lugar de Dios pero sí el del mesías. Este proyecto rei­vindicativo es violatorio de la ley, y genera en el dirigente sentimientos de culpa y fantasías paranoicas.


Como en la comunidad está prohibido matar, se deja morir todo aque­llo que desafía al objeto definidor. Alguien se apoderó de la ley, de sus alcan­ces y limitaciones. Se constituye así mismo en la ley, y desde ahí prohíbe pen­sarla y pensarlo.


Frente a este usurpador aparece otra situación secreta que da origen a la disputa: quién es el representante legítimo de Dios y quién responde a un dios pagano.


El usurpador es el representante legal y es legal todo lo que él auto­rice. Todos los demás son paganos y es ilegal todo lo que ellos autoricen.


El padre debe sostener la legitimidad de un único Dios e implemen­tar un aparato represivo que castigue al otro, por responder a un dios paga­no, decretando que su producción no es judía.


Se observa aquí el desconocimiento de pertenecer a un mismo pueblo. La estrategia consiste en evitar el contacto con el objeto peligroso, hipertro­fiar los afectos e inhibir la función más importante del grupo, que es la de pensar.


Si el poder de la prohibición implica la veda para pensar la prohibi­ción, toda reflexión alrededor de la ley es vivida como un pecado.


Los integrantes de la institución, grupo o comisión deben acatar o re­tirarse, como herejes, a otro lugar. Si en el que se va persiste el contenido religioso, se renueva su búsque­da de un mesías que represente mejor los propios deseos.


Ocupar el lugar del mesías, desear el poder, no poder aceptar las di­ferencias, constituyen las características de un liderazgo autoritario; tipo de liderazgo del que el pueblo judío ha sufrido reiteradamente las consecuen­cias.

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