Una historia de amor


La última vez que nos vimos sentí que posiblemente no volvería a verlo. Para algunos era Kalmen; para otros, Carlos. Para nosotros, fue siempre papá.

Era bajo, hermoso, callado, de cabellos blancos, ojos celestes, mirada dulce y sonrisa agradable. No era inteligente. No resultaba necesario. Esa función la cumplía mamá.

Nos enseñó el amor, un amor sin palabras. Tampoco eran necesarias. Las palabras las tenía mamá.

No era desconfiado. No resultaba necesario. Esa función la cumplía mamá.

No se daba cuenta de las cosas. Nos enseñó a no darnos cuenta de las cosas. Mi mamá se daba cuenta de todo.

Aquí nos separamos. Mi hermano tomó lo de mi papá y yo lo de mi mamá. Cuando falleció papá, mi hermano tomó lo de mi mamá; y como yo no pude olvidar lo de mamá, no pude tomar lo de papá.


Mi papá no tenía conciencia del dinero. La conciencia del dinero era función de mamá.

Mi hermano y yo vivimos con lo que nos enseñó papá. Todavía no podemos tomar lo de mamá. Cuando nos encontramos con mi hermano, nos lamentamos de no haber aprendido de mamá, por lo menos, que uno tiene que pensar antes de dar.

Mi papá era inconsciente de su inconciencia. Nos transmitía la inconciencia con naturalidad.

En cambio mi mamá, como era más conciente de la inconciencia de todos, no podía usar su inteligencia para enseñarnos con naturalidad.


En realidad, su inteligencia no le sirvió para aprender el tema del dinero. Ella nos enseñaba que el dinero que papá traía no tenía valor. Como no reconocía lo que teníamos, mamá nos enseñó el miedo a la miseria. Cuando nos lamentamos con mi hermano por dar más de lo que podemos, es porque no valoramos lo que tenemos.

Mi papá fue siempre bueno. Mi mamá era autoritaria. Mi papá siempre empezaba por el "sí". Mi mamá empezaba siempre por el "no". Nosotros somos como mi papá. Empezamos por el , pero elegimos a los que empiezan por el no.

Mi papá nos enseñó el silencio porque no tenía palabras. Mi mamá nos enseñó las palabras, porque no tenía la posibilidad de quedarse en silencio. Mi papá no podía escuchar a mi mamá porque no podía hablar. Mi mamá no podía callarse porque mi papá no hablaba. Mi hermano y yo tuvimos que aprender solos a escuchar y a hablar.


Ellos no hablaban ni escuchaban.

Hablar es decirle algo a otro que escucha. Escuchar, es recibir algo de odio para seguir hablando. Mi papá nos enseñó a sentir; mi mamá nos enseñó a pensar.

Mi papá nos enseñó que 10 importante era el presente, sin palabras, porque no las tenía. Mi mamá nos enseñó el miedo al futuro porque creía vivir en la miseria. Se amaron muchísimo aunque prefirieron seguir siendo cada uno.

La tarea de mi hermano y la mía, fue aprender que uniendo lo que uno no tiene con lo que el otro tiene, no se deja de ser uno.

Se odiaron en silencio. Cada uno sentía que esa no era la vida que quería vivir. Era la vida que vivían.

Mi hermano y yo tuvimos que aprender solos que la vida que uno tiene que vivir es la que puede. Ni la que debe, ni la que no puede.

De ellos no fue posible aprender la vida que cada uno de ellos podía vivir. Nos enseñaron la vida que no podían vivir.

Cuando mi papá enfermó, nos enseñó el poder de la voluntad. Siguió trabajando, leyendo, interesándose por todo.

Mi mamá nos enseñó la solidaridad. No lo abandonó en ningún momento.

Cuando mi papá dejó de caminar, mi hermano se volvió el papá de mi papá. Mi papá desconocía que no podía caminar.

Mi mamá, para seguir viviendo siempre con él, fue su conciencia como antes, cuando caminaba, atendiéndolo y al mismo tiempo reprochándole a lo que habían llegado, porque él no la escuchaba.

Como mi papá ignoraba que no podía caminar, cierta vez se levantó. Mi mamá, que estaba cerca, quiso evitar la caída. Se cayeron juntos; juntos se levantaron.

Mi hermano y yo tuvimos que aprender solos a levantar al otro sin esperar a que se cayese Y aprender, además, a no caerse con el otro.
Mi hermano esperaba otro hijo. Mi papá supo que mi hermano ya no podría ser más su papá.

Papá falleció. Dio lugar al nacimiento de lo nuevo. Era una niña hermosa. Mi mamá sigue viviendo. Ahora nos enseña cosas diferentes. Tiene 83 años, trabaja, cocina, lee y mira televisión. Ya no se puede reír dulcemente de mi papá dormido mientras mira televisión; es ella la que se duerme.

Ya no es tan autoritaria. Habla y escucha. Ahora, que oye menos, escucha más. Sigue reprochando, aún hoy, las actitudes de papá, porque la vida sigue.


Nosotros lo defendemos. Entonces ella reconoce que no hubo otro padre como el nuestro.

Ser conciente y hablar por dos, no fue fácil para mi mamá. Vivir con alguien que era conciente y hablaba por dos, no fue fácil para mi papá.


Mi hermano y yo tuvimos que aprender solos a ser concientes y a hablar por uno.

Nos dieron lo que pudieron. El resto fue haciéndolo cada uno de nosotros.

Tuvo mucho que ver con lo que papá y mamá nos enseñaron. Mucho más, con los que fuimos aprendiendo por nosotros mismos.

Mi papá enfermó. El médico le explicó a mi hermano lo que tenía papá. Cuando mi hermano me lo dijo, agregó que eso era lo que papá tenía, pero no lo que papá era: un peleador que amaba la vida. Mi hermano le puso palabras a lo que vivía mi papá, porque mi papá no tenía palabras. Esas palabras significaron mucho para mí.

Me enseñaron a discriminar lo que uno es, de lo que uno tiene. Cuando mi propia enfermedad se complicó, mantener discriminado lo que yo era de lo que yo tenía, me permitió sobreponerme.

Mi hermano no dudó en darme un riñón. Su familia tampoco. Mi mamá me alentaba. Tenía pánico por lo que podía pasar, pero estaba orgullosa por lo que estaba pasando.

Su inteligencia le permitió saber que era el momento de expresar el amor que me tenía. Su violencia conmigo, por no ser yo lo que ella esperaba, se desvaneció.

Desapareció la violencia entre mi mamá y yo. Comprendió que yo la necesitaba; desplegó entonces un amor sin condiciones.

Mi papá nos enseñó el presente, porque no pensaba en el futuro.

Mi mamá nos enseñó a pensar, porque hablaba callando lo que sentía.

Mi papá nos enseñó que la vida se termina y mi mamá nos enseñó
que la vida sigue.

Mi hermano y yo, aprendimos de ellos que la vida sigue hasta que un día se termina.

Por nosotros mismos aprendimos que papá sigue vivo en nosotros porque nos amó, no sólo porque lo amamos.

Mi hermano y yo aprendimos solos, que vivir el presente es la única manera de garantizar el futuro.

Cuando nos preguntamos " que es vivir el presente", nos contestamos que es vivir la vida que podemos. No la vida que debemos ni la que no podemos. Ninguno de los dos lo logró plenamente. Cuando nos encontramos con mi hermano, hablamos y nos escuchamos.

No necesitamos cuidarnos de seguir siendo cada uno. Aunque somos mellizos, uno es Pedro y el otro, Juan.

De mis padres aprendimos la vida que no podían vivir. Cuando ellos nos miraban, le encontraban sentido a la vida que vivían. Cuando nosotros los miramos vemos en ellos sólo el comienzo de la vida que vivimos. El resto lo hicimos nosotros.

Papá falleció. Nació una nena hermosa que no lleva su nombre. El está vivo en nosotros, porque nos amó.

Mi mamá se levanta a las seis de la mañana para trabajar. Se olvidó de la miseria.

Mi hermano y yo somos maestros.

De mi papá aprendimos a sentir, porque no tenía palabras.

De mi mamá aprendimos a pensar, porque no podía callarse.

Mi hermano y yo somos maestros; lo que enseñamos es la vida en la que creemos nosotros.

Janan Nudel

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